Se torean bueyes
Hoy es menester, por la parte que me toca, el romper una lanza por los jóvenes españoles y ser “abogado de pleitos pobres”, como dice mi madre. Primero, como algo necesario para exponer cualquier razonamiento, hay que comenzar por realizar autocrítica. La juventud española es, sin atisbo de duda, la más hedonista y bobalicona de la historia de España. Hasta aquí mi crítica. Muchos de nuestros lectores, mayoritariamente los que peinan canas, habrán reparado en la exigua definición negativa que he adjudicado a los chavales de hoy en día, y es evidente que podría haber enumerado un gran catálogo de adjetivos, e incluso improperios, contra la masa joven, cada vez más raquítica. Sin embargo, esas dos características con las que abro estas líneas son las que denotan la cuestión fundamental por la que los jóvenes estamos sumidos en la más absoluta miseria moral, social y económica; la herencia que hemos recibido de la generación que debió educarnos.
Como instinto primario, casi como un reflejo, es sencillo y hasta parece elemental deshacerse en descalificativos contra la marabunta de barbilampiños y niñas de papá que brotan por todas partes, diciendo payasadas y completamente desubicados en el mundo, haciéndole el “caldo gordo” a los que los mantienen y hunden cada vez más en la precariedad. Sin embargo, ¿Qué se les puede pedir a los hijos de la LOE, la LOMCE, la LOGSE, la LOMLOE y las demás leyes educativas promulgadas por el Régimen del 78? Desde hace más de 40 años, este sistema lleva fabricando una sociedad de ignorantes y, por encima de todo, de confundidos. El espíritu de la juventud, por muy ágrafa que sea, siempre combustiona ante la injusticia y ante las reivindicaciones que consideran justas. Ese espíritu ha sido confundido durante décadas en luchas completamente estériles que han servido para entretenerles, mientras que eran manejados con un hábil pase de muleta y rejoneados sin piedad. La banda ya ha tocado el aviso y, nosotros, los jóvenes de España, vamos derechos a colocar nuestra crisma frente a la espada que va a darnos muerte. Ni siquiera hemos sido un morlaco bravo, digno de adornar con su cabeza disecada la pared de un museo, más bien hemos protagonizado un espectáculo frío y manso. En la plaza de esta generación, se torean bueyes.
Sin embargo, sería injusto para nosotros y exculpatorio para los que nos han llevado hasta este punto, el pasar por alto a los responsables externos de esta situación. El abandono total de la disciplina familiar por parte de los padres de mi generación y los de las inmediatamente anteriores y posteriores, ha provocado que millones de muchachos se hayan criado sin ningún tipo de brújula moral desde la más tierna infancia. La falta de esta jerarquía paterno-filial ha dejado a los hijos de estas generaciones completamente vacíos de carácter y de madurez, ya que su infancia y su adolescencia están, psicológicamente, incompletas. La traslación de esa carencia a la vida de la primera adultez, provoca que los jóvenes no tengan ninguna vocación real de responder con vigor al mundo que le rodea, sucumbiendo a la dialéctica infantil de cuatro politicuchos, fruto de su inacabada formación moral e intelectiva. Paralelamente, esto se adereza con unos planes de estudios manifiestamente deficientes que fabrican atontados en masa, sazonado con un contenido ideológico subyacente que los prepara, como pista de aterrizaje, para tragar toda la basura política al hacerse mayores.
Y es que, aquel lema y eslogan del 15-M de “Sin casa, sin curro, sin futuro” es una constante en la juventud española desde el año 2008. Encarecieron una vida hasta cotas indecentes, que acompañaron con la cultura de la hipoteca y el préstamo bancario, hasta que la burbuja explotó. Y esa deflagración, pilló de lleno y frontalmente a millones de jóvenes que se encontraban preparándose para iniciar una vida. En ese momento, las élites vieron con temor una respuesta joven y popular, y para sustituir al 15-M, crearon a Podemos y así domesticaron a la masa. Una vez más, los jóvenes nos dejábamos engañar, “esclavo es aquel que espera que venga alguien y lo libere” que decía Ezra Pound. Y esa situación decadente se extiende hasta hoy, llegando en nuestros días a su punto álgido. Es casi imposible para alguien de mi edad aspirar antes de los 35 años ni siquiera a casarse y, en consecuencia, a adquirir una vivienda. La amplia mayoría de los jóvenes no tienen unos padres que, cercados también por una situación económica asfixiante, puedan prestar ayuda a sus hijos para iniciar su vida fuera del hogar familiar. Una vida cara, unos sueldos inmóviles y unas élites que optan por intentar convencernos de que es mejor ser pobre, mejor compartir casa y coche, no comer carne, renunciando por el camino a las conquistas sociales de los trabajadores en pos de la “lucha contra el cambio climático”, porque al robarnos nuestra propiedad, como proyección del hombre sus cosas, nos están robando la libertad. Y esta juventud, hija de la LOMCE y de unos padres incompetentes, traga. Las preguntas que quedan flotando en el ambiente son: ¿Quiénes son los culpables? ¿Los jóvenes en solitario o también las generaciones que nos educaron y el sistema que nos ha corrompido? ¿De verdad creen que es culpa de un chaval de 18 o de 23 años el trabajar 11 horas al día y cobrar 800 euros? Han devaluado tanto la enseñanza que se percibe un sueldo mayor (que sigue siendo vergonzosamente bajo) en trabajos para los que no es necesaria una cualificación, que en los que sí es necesario acudir con el titulito en la mano. La expedición en masa de éstos, los han convertido en papel mojado junto con el hundimiento del nivel, de los criterios y del contenido de la enseñanza universitaria. Por eso para un joven como yo, el haber sido testigo durante años de como masas y masas de jóvenes eran engañados y entretenidos por chamanes vendehúmos en las facultades no puede por más que sublevarle el espíritu. Extrapolen esto a cualquier muchacho en cualquier ámbito.
Quiero que la juventud pueda acceder a un trabajo estable y dignamente remunerado, sin que haya necesidad de importar mano de obra barata de otros países, que pueda tener una conciliación familiar que le permita formar una familia, sin que las ayudas del Estado vayan para los que vienen de fuera, quiero que podamos elegir el vivir en un pueblo de la España rural o en una gran capital, quiero que mi familia esté segura en cada barrio y pueblo de España. Quiero para mí y para todos los jóvenes de España, en definitiva, como lúcidamente manifestó el gran Eduardo García Serrano en una intervención televisiva, aspirar a poder, en un futuro, llevar a mis hijos al parque de atracciones, a cenar con mi mujer o a comprar un buen libro sin tener que esperar al primer día de mes. No buscamos riqueza, buscamos la dignidad.