viernes, 21 de mayo de 2021

Canción de la muerte - José de Espronceda

 

José de EsproncedaCanción de la muerte
 

Débil mortal no te asuste
mi oscuridad ni mi nombre;
en mi seno encuentra el hombre
un término a su pesar.
Yo, compasiva, te ofrezco
lejos del mundo un asilo,
donde a mi sombra tranquilo
para siempre duerma en paz.

Isla yo soy del reposo
en medio el mar de la vida,
y el marinero allí olvida
la tormenta que pasó;
allí convidan al sueño
aguas puras sin murmullo,
allí se duerme al arrullo
de una brisa sin rumor.

Soy melancólico sauce
que su ramaje doliente
inclina sobre la frente
que arrugara el padecer,
y aduerme al hombre, y sus sienes
con fresco jugo rocía
mientras el ala sombría
bate el olvido sobre él.

Soy la virgen misteriosa
de los últimos amores,
y ofrezco un lecho de flores,
sin espina ni dolor,
y amante doy mi cariño
sin vanidad ni falsía;
no doy placer ni alegría,
más es eterno mi amor.

En mi la ciencia enmudece,
en mi concluye la duda
y árida, clara, desnuda,
enseño yo la verdad;
y de la vida y la muerte
al sabio muestro el arcano
cuando al fin abre mi mano
la puerta a la eternidad.

Ven y tu ardiente cabeza
entre mis manos reposa;
tu sueño, madre amorosa;
eterno regalaré;
ven y yace para siempre
en blanca cama mullida,
donde el silencio convida
al reposo y al no ser.

Deja que inquieten al hombre
que loco al mundo se lanza;
mentiras de la esperanza,
recuerdos del bien que huyó;
mentiras son sus amores,
mentiras son sus victorias,
y son mentiras sus glorias,
y mentira su ilusión.

Cierre mi mano piadosa
tus ojos al blanco sueño,
y empape suave beleño
tus lágrimas de dolor.
Yo calmaré tu quebranto
y tus dolientes gemidos,
apagando los latidos
de tu herido corazón.

Rimas - Gustavo Adolfo Becquer

 

Portrait of Gustavo Adolfo Bécquer, by his brother Valeriano (1862).jpg
 

Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
¡esas... no volverán!.

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.

Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
¡esas... no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
¡así... no te querrán!

***

Saeta que voladora
cruza, arrojada al azar,
y que no se sabe dónde
temblando se clavará;

hoja que del árbol seca
arrebata el vendaval,
sin que nadie acierte el surco
donde al polvo volverá;

gigante ola que el viento
riza y empuja en el mar,
y rueda y pasa, y se ignora
qué playa buscando va;

luz que en cercos temblorosos
brilla, próxima a expirar,
y que no se sabe de ellos
cuál el último será;

eso soy yo, que al acaso
cruzo el mundo sin pensar
de dónde vengo ni a dónde
mis pasos me llevarán.

***

No digáis que, agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.

Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas,
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista,
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías,
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista,
mientras la humanidad siempre avanzando
no sepa a dó camina,
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!

Mientras se sienta que se ríe el alma,
sin que los labios rían;
mientras se llore, sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan,
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!

Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran,
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira,
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas,
mientras exista una mujer hermosa,
¡habrá poesía!

***

Al ver mis horas de fiebre

e insomnio lentas pasar,

a la orilla de mi lecho,
¿quién se sentará?

Cuando la trémula mano
tienda, próximo a expirar,
buscando una mano amiga,
¿quién la estrechará?

Cuando la muerte vidríe
de mis ojos el cristal,
mis párpados aún abiertos,
¿quién los cerrará?

Cuando la campana suene
(si suena en mi funeral)
una oración, al oírla,
¿quién murmurará?

Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa,
¿quién vendrá a llorar?

¿Quién en fin, al otro día,
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo
quién se acordará?

***

¿Será verdad que, cuando toca el sueño,
con sus dedos de rosa, nuestros ojos,
de la cárcel que habita huye el espíritu
en vuelo presuroso?

¿Será verdad que, huésped de las nieblas,
de la brisa nocturna al tenue soplo,
alado sube a la región vacía
a encontrarse con otros?

¿Y allí desnudo de la humana forma,
allí los lazos terrenales rotos,
breves horas habita de la idea
el mundo silencioso?

¿Y ríe y llora y aborrece y ama
y guarda un rastro del dolor y el gozo,
semejante al que deja cuando cruza
el cielo un meteoro?.

Yo no sé si ese mundo de visiones
vive fuera o va dentro de nosotros.
Pero sé que conozco a muchas gentes
a quienes no conozco.

***

Espíritu sin nombre,
indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.

Yo nado en el vacío,
del sol tiemblo en la hoguera,
palpito entre las sombras
y floto con las nieblas.

Yo soy el fleco de oro
de la lejana estrella,
yo soy de la alta luna
la luz tibia y serena.

Yo soy la ardiente nube
que en el ocaso ondea,
yo soy del astro errante
la luminosa estela.

Yo soy nieve en las cumbres,
soy fuego en las arenas,
azul onda en los mares
y espuma en las riberas.

En el laúd, soy nota,
perfume en la violeta,
fugaz llama en las tumbas
y en las ruïnas yedra.

Yo atrueno en el torrente
y silbo en la centella,
y ciego en el relámpago
y rujo en la tormenta.

Yo río en los alcores,
susurro en la alta yerba,
suspiro en la onda pura
y lloro en la hoja seca.

Yo ondulo con los átomos
del humo que se eleva
y al cielo lento sube
en espiral inmensa.

Yo, en los dorados hilos
que los insectos cuelgan
me mezco entre los árboles
en la ardorosa siesta.

Yo corro tras las ninfas
que, en la corriente fresca
del cristalino arroyo,
desnudas juguetean.

Yo, en bosques de corales
que alfombran blancas perlas,
persigo en el océano
las náyades ligeras.

Yo, en las cavernas cóncavas
do el sol nunca penetra,
mezclándome a los gnomos,
contemplo sus riquezas.

Yo busco de los siglos
las ya borradas huellas,
y sé de esos imperios
de que ni el nombre queda.

Yo sigo en raudo vértigo
los mundos que voltean,
y mi pupila abarca
la creación entera.

Yo sé de esas regiones
a do un rumor no llega,
y donde informes astros
de vida un soplo esperan.

Yo soy sobre el abismo
el puente que atraviesa,
yo soy la ignota escala
que el cielo une a la tierra,

Yo soy el invisible
anillo que sujeta
el mundo de la forma
al mundo de la idea.

Yo, en fin, soy ese espíritu,
desconocida esencia,
perfume misterioso
de que es vaso el poeta.

***

Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
veíase el arpa.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!

¡Ay! ?pensé?; ¡cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: «¡Levántate y anda!».

***

Cuando me lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas;
me apoyé contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de dónde estaba.

Cayó sobre mi espíritu la noche,
en ira y en piedad se anegó el alma.
¡Y entonces comprendí por qué se llora,
y entonces comprendí por qué se mata!

Pasó la nube de dolor.... Con pena
logré balbucear breves palabras...
¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo...
Me hacía un gran favor... Le di las gracias.

***

Dos rojas lenguas de fuego
que a un mismo tronco enlazadas
se aproximan y, al besarse,
forman una sola llama.

Dos notas que del laúd
a un tiempo la mano arranca,
y en el espacio se encuentran
y armoniosas se abrazan.

Dos olas que vienen juntas
a morir sobre una playa
y que al romper se coronan
con un penacho de plata.

Dos jirones de vapor
que del lago se levantan
y, al juntarse allá en el cielo,
forman una nube blanca.

Dos ideas que al par brotan;
dos besos que a un tiempo estallan,
dos ecos que se confunden;
eso son nuestras dos almas.

***

Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.

Yo voy por un camino; ella, por otro;
pero, al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: ¿Por qué callé aquel día?
Y ella dirá: ¿Por qué no lloré yo?

***

Cerraron sus ojos - Gustavo Adolfo Becquer

 

Portrait of Gustavo Adolfo Bécquer, by his brother Valeriano (1862).jpg
 

Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.

La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho;
y entre aquella sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.

Despertaba el día,
y, a su albor primero,
con sus mil rüidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:

¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!


*

De la casa, en hombros,
lleváronla al templo
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.

Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron,
y el santo recinto
quedóse desierto.

De un reloj se oía
compasado el péndulo,
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba
que pensé un momento:

¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

*

De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.

Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo.
Allí la acostaron,
tapiáronle luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.

La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto:
perdido en las sombras
yo pensé un momento:

¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

*

En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a veces me acuerdo.

Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos...!

* * *

¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es sin espíritu,
podredumbre y cieno?
No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo,
el dejar tan tristes,
tan solos los muertos.

Arsenio Martínez Campos

 

Arsenio Martínez Campos

(Arsenio Martínez Campos Antón; Segovia, 1831-Zarauz, id., 1900) Militar y político español. A los veintiocho años comenzó a forjar su fama de militar profesional en la primera guerra de África, en la que combatió a las órdenes del general Juan Prim. Acabada ésta, participó en la campaña de México de 1862.


Arsenio Martínez Campos

Al estallar la revolución liberal de 1868, sin intención de entrar en el juego de las rivalidades políticas, solicitó el traslado a Cuba. Poco antes se había producido allí el levantamiento conocido como el Grito de Yara a raíz de una abusiva subida de impuestos. Martínez Campos participó en la lucha contra los insurrectos hasta 1872, año en que fue repatriado con el grado de brigadier.

Proclamada la Primera República, el gobierno lo nombró gobernador de Cataluña, donde, implicado ya en el campo político, comenzó a conspirar en favor de la restauración monárquica. El 29 de diciembre de 1874 se pronunció en Sagunto y proclamó a Alfonso XII rey de España. No obstante el protagonismo de su participación en la restauración de la monarquía, el soberano no lo incorporó al gobierno y lo puso al frente de la campaña contra los carlistas, quienes se habían alzado nuevamente en armas en Cataluña y Navarra.

Tras la derrota carlista, fue nombrado capitán general en 1876, y al año siguiente, Cánovas lo envió a Cuba, donde continuaba el conflicto con los rebeldes. El 3 de noviembre llegó a La Habana al frente de 25.000 hombres y, con el capitán general Joaquín Jovellar, emprendió una vasta ofensiva militar que combinó con gestos favorables a la negociación política. Después de que sus tropas apresaran a Tomás Estrada Palma, presidente de la República cubana, y matasen a Eduardo Machado, el 10 de febrero de 1878 firmó con los rebeldes Emilio Luaces y Ramón Roa la paz de Zanjón.

De vuelta en España, en 1879 presidió un gobierno conservador que cayó al poco tiempo a raíz de sus discrepancias con Cánovas del Castillo. Pasó entonces a las filas del partido Liberal-Fusionista de Práxedes Mateo Sagasta, quien en 1881 le confió el ministerio de Guerra. En el desempeño de esta cartera fundó la Academia General Militar.

En 1885, poco antes de la muerte de Alfonso XII, al parecer éste le encargó la mediación entre los jefes de los dos partidos dinásticos. Fruto de esta intervención y de los acuerdos a que llegaron Cánovas del Castillo y Sagasta se estableció el sistema de alternancia entre liberales y conservadores en el ejercicio del poder. Más tarde ocupó las capitanías generales de Castilla la Nueva y Cataluña.

En 1893, siendo capitán general de esta última, fue objeto en Barcelona de un atentado anarquista fallido, a raíz de la represión que había desatado contra organizaciones obreras. A finales del mismo año intervino en la breve guerra de Melilla y en 1895, ante el recrudecimiento de la guerra de emancipación en Cuba, fue enviado nuevamente a la isla, pero en esta ocasión sus tácticas no dieron resultado. Tras negarse a aplicar métodos represivos más violentos, regresó a España y se retiró de la vida pública.

Eduardo Dato

 

Eduardo Dato

(Eduardo Dato e Iradier; La Coruña, 1856 - Madrid, 1921) Político español. Este prestigioso abogado de Madrid (que aconsejaba, por ejemplo, a los Rothschild) entró en la política con el Partido Conservador. Tras una larga carrera parlamentaria (en la que destacó por sus dotes oratorias) adquirió protagonismo en 1886-88, cuando se enfrentó al fundador del partido, Antonio Cánovas del Castillo, siguiendo a Romero Robledo al reprocharle que hubiera cedido el poder a los liberales tras la muerte de Alfonso XII.


Eduardo Dato

Dato rompió definitivamente con Cánovas al seguir al disidente Francisco Silvela en 1895; bajo su presidencia fue ministro de Gobernación (1899-1900) y de Gracia y Justicia (1902-03). Luego ocupó cargos menores, como el de alcalde de Madrid o el de presidente del Congreso, mientras la dirección de los conservadores recaía en Antonio Maura.

Su momento llegó cuando la aversión de Alfonso XIII hacia Maura le hizo buscar otro líder conservador para formar gobierno, encargando la tarea a Dato (1913-15) y provocando así la escisión del «maurismo». Presidente del gobierno al estallar la Primera Guerra Mundial (1914), consiguió mantener la neutralidad española. Luego formó otro gabinete más breve en 1917, que cayó ante el movimiento corporativista de las Juntas de Defensa militares, una huelga general revolucionaria y las reivindicaciones democráticas de los catalanistas y reformistas reunidos en la Asamblea de Parlamentarios.

En el Gobierno Nacional de concentración presidido por Maura en 1918 ocupó la cartera de Estado. Y volvió a la Presidencia del Consejo en 1920-21, un periodo de fuerte agitación obrera, que trató de calmar impulsando una legislación social (para lo cual creó el Ministerio de Trabajo); pero no consiguió parar la espiral de terrorismo y represión, especialmente en Barcelona. Murió asesinado por tres anarquistas catalanes cuando regresaba del Senado.

José Canalejas

 

José Canalejas

(José Canalejas y Méndez; El Ferrol, 1854 - Madrid, 1912) Político español. Este abogado madrileño se dedicó a la política tras fracasar en las oposiciones a catedrático de universidad. Procedente del Partido Demócrata Progresista, al producirse la Restauración borbónica se incorporó al Partido Liberal de Sagasta. Fue ocupando cargos políticos de importancia creciente: diputado desde 1881, subsecretario de la Presidencia (1883), ministro de Fomento (1888), de Gracia y Justicia (1888-90), de Hacienda (1894-95) y de Agricultura, Industria y Comercio (1902); desde ese último departamento impulsó la creación del Instituto del Trabajo.


José Canalejas

A raíz de la Guerra de Cuba (1895-98), que puso fin al dominio colonial español en las Antillas, Canalejas empezó sus ataques contra el líder y fundador del partido, destacándose como cabeza de una corriente izquierdista que defendía ideas democráticas y anticlericales.

En 1910 consiguió unificar transitoriamente las diversas corrientes que pugnaban en el interior del liberalismo, aupándose a la Presidencia del Consejo de Ministros; durante más de dos años y medio impulsó desde el gobierno un programa de reformas: abolió la Contribución de Consumos, estableció el servicio militar obligatorio y limitó la instalación de órdenes religiosas («Ley del candado»). En gran medida el ascenso al poder de Canalejas representaba otra oportunidad de afrontar la "revolución desde arriba" en clave liberal (una vez que había fracasado el similar intento de etiqueta conservadora de Antonio Maura), una empresa ardua por los viejos problemas derivados del anticlericalismo, del regionalismo, de la ineficacia administrativa, de la incapacidad militar, del conflicto marroquí y de la lucha obrera.

Canalejas consiguió imponer su autoridad, no sin dificultades, en las filas de un liberalismo en las que por varias causas habían desaparecido o iban perdiendo sus posiciones de antaño los notables de la generación anterior -Vega de Armijo, López Domínguez, Moret, Montero Ríos...- y se dispuso a abordar los temas pendientes. Por ello manifestó a la Santa Sede su intención de reducir por distintos procedimientos el número de instituciones religiosas en España. Pero su propósito último de llegar a la total separación de la Iglesia y el estado de manera negociada encontró fuerte oposición tanto en círculos vaticanos como entre los clericales españoles, que desarrollaron una intensa campaña contra la política gubernamental en el verano de 1910. Canalejas promulgó, en diciembre, la llamada «Ley del candado», prohibiendo durante dos años la instalación de nuevas órdenes y congregaciones religiosas si no contaban con autorización previa. Al cabo de este tiempo se preveía la publicación de una nueva Ley de Asociaciones.

Además de ésta, las mayores preocupaciones de Canalejas se manifestaron en el tratamiento de diversos aspectos vinculados por el común denominador de la política social. Su rechazo del impuesto de consumos y la nueva Ley de Reclutamiento Militar, que intentaba al menos poner límites al sistema de redenciones a metálico, conectaban estrechamente con el sentir popular. No obstante, se encontró con un recrudecimiento de las tensiones socio-laborales, que fue particularmente intenso en Asturias, Barcelona, Madrid, Valencia y Vizcaya. En materia de orden público, hubo de emplear la fuerza para reprimir el intento de sublevación republicana de 1911 (motín del guardacostas Numancia y sucesos de Cullera) y la huelga ferroviaria de 1912. Pero no realizó las esperadas reformas políticas que habían de transformar el régimen liberal en una verdadera democracia, acabando con el caciquismo y el fraude electoral.

La misma ausencia de respaldo a su política reformista quedó de manifiesto cuando trató de aplicar, no ya un proyecto de expropiación de tierras cultivadas o incultas con indemnización, que fue bloqueado, sino algunas normas laborales emanadas durante su mandato (julio de 1912), como la prohibición del trabajo nocturno de la mujer y la limitación del horario laboral en las minas a nueve horas diarias y a 72 semanales en el sector textil, incluyendo el descanso dominical.

Canalejas puso también proa al asunto del regionalismo abordando posibles reformas para la administración catalana, pero apenas si pudo avanzar en campo tan complicado frente a las maniobras dilatorias de algunos miembros de su propio partido, como era el caso del conde de Romanones o de Segismundo Moret. En política exterior, visitó Marruecos con el rey Alfonso XIII en 1911 y ordenó la ocupación de Larache, Arcila y Alcazarquivir en respuesta a la ocupación francesa de Fez; las negociaciones que inició con los franceses conducirían, poco después de su muerte, al establecimiento de un protectorado conjunto en Marruecos.

Canalejas fue asesinado por un anarquista cuando miraba el escaparate de una librería en la Puerta del Sol, abriéndose desde entonces una larga pugna por el liderazgo del Partido Liberal. El atentado ponía fin a su obra de reformas, a su esfuerzo regeneracionista, truncando definitivamente, tal vez, la última de las oportunidades de reconducir la nave de la Restauración. Desde entonces, la lucha política se centró en alcanzar el poder y no en su ejercicio para modernizar al país, para conectar con sus problemas y procurarles soluciones que a corto o largo plazo resultasen válidas.

Juan Prim

 

Juan Prim

(Reus, Tarragona, 1814 - Madrid, 1870) Militar y político español. Se integró en el Ejército para defender el trono de Isabel II desde el comienzo de la Primera Guerra Carlista (1833-40), en la que ascendió hasta coronel. Inclinado a las ideas liberales, se lanzó enseguida a la política como diputado por Tarragona (1841). Apoyó a los progresistas durante el trienio esparterista (1840-43); pero se enfrentó al autoritarismo de Espartero y acabó contribuyendo a derrocarlo organizando una sublevación en Reus. El gobierno progresista así formado nombró a Prim gobernador militar de Barcelona, con el encargo de reprimir el movimiento revolucionario que perduraba en la ciudad (1843).


Juan Prim

Después, el poder pasó a los moderados de Ramón María Narváez por un largo periodo, y Prim prefirió alejarse de la política, dedicándose a viajar por Europa. En 1847-48 fue gobernador de Puerto Rico, en donde destacó por su dureza en la represión del bandolerismo y de los motines de esclavos. De regreso a la Península fue elegido nuevamente diputado (1851) y volvió a adquirir protagonismo político tras la Revolución de 1854, con la que dio comienzo un nuevo bienio progresista; en ese periodo mandó la expedición española enviada a Melilla para sofocar la insurrección de los rifeños (1856).

Por entonces se integró en la Unión Liberal, partido centrista creado por Leopoldo O'Donnell. Siendo ya éste presidente del gobierno, Prim participó en la Guerra de África (1859-60), obteniendo éxitos que le valieron el título de marqués de los Castillejos. En 1861 fue puesto al mando del cuerpo expedicionario español enviado a México, en colaboración con fuerzas francesas y británicas, para obtener del gobierno de Benito Juárez el pago de las deudas pendientes; la presión militar impulsó al gobierno mexicano a entablar conversaciones sobre la deuda, que culminaron con la firma del Convenio de la Soledad (1862).

Sin embargo, al descubrir que Napoleón III pretendía aprovechar aquel pretexto para derrocar a Juárez e instaurar en su lugar a Maximiliano I como emperador de México, Juan Prim decidió por su cuenta retirar sus fuerzas. Aunque las autoridades españolas ratificaron su postura, el desacuerdo con O'Donnell llevó a Prim a abandonar la Unión Liberal y, ante la enemistad que había suscitado en la opinión conservadora por no alinearse con los enemigos de Juárez, regresó a las filas progresistas.

Desde entonces conspiró continuamente para derrocar a los gobiernos moderados, e incluso a la propia Isabel II, que los amparaba: intentó un fallido desembarco en Valencia (1865); organizó la sublevación del Cuartel de San Gil (1866); promovió el Pacto de Ostende entre progresistas y demócratas (1866), al que se sumaron los unionistas tras la muerte de O'Donnell (1867). Y, finalmente, lanzó la Revolución de 1868, en colaboración con Práxedes Mateo Sagasta, Francisco Serrano, Manuel Ruiz Zorrilla y Juan Bautista Topete. Prim participó en el pronunciamiento inicial en Cádiz y marchó luego a sublevar Valencia y Barcelona, antes de hacer su entrada triunfal en Madrid, ya destronada la reina.

En el inmediato gobierno provisional presidido por Francisco Serrano, Prim se encargó del Ministerio de la Guerra; en las Cortes constituyentes defendió la definición del nuevo régimen como una monarquía democrática, que quedó plasmada en la Constitución de 1869. Serrano pasó entonces a ejercer la Regencia mientras se encontraba un rey para el trono vacante, sustituyéndole Prim como presidente del Consejo de Ministros. Desde ese cargo fue uno de los principales defensores de la candidatura de Amadeo de Saboya; pero unos días antes de que éste llegara a Madrid para iniciar su reinado, Prim murió asesinado en un atentado cuya autoría nunca ha podido ser esclarecida.

Leopoldo O'Donnell

 

Leopoldo O'Donnell

(Leopoldo O'Donnell, duque de Tetuán; Santa Cruz de Tenerife, 1809 - Biarritz, Francia, 1867) Militar y político español. Procedente de una familia de militares de origen irlandés al servicio de la monarquía española desde el siglo XVIII, Leopoldo O'Donnell hizo sus primeras armas en defensa de la causa constitucional durante la Primera Guerra Carlista (1833-40), dándose la circunstancia de que sus hermanos combatían en el bando contrario.


Leopoldo O'Donnell

Fue ascendiendo por méritos de campaña, primero en el frente del Norte (Lumbier, Unzá, Hernani.) y desde 1839 en el Maestrazgo, ya como jefe del Ejército del Centro y capitán general de Aragón, Valencia y Murcia; si en el primer escenario llegó hasta mariscal de campo, el segundo lo elevó al grado de teniente general y le proporcionó su primer título de nobleza, el de conde de Lucena.

Políticamente se encuadró junto a Ramón María Narváez entre los moderados, contrarios al progresismo de Baldomero Espartero; el triunfo de Espartero le hizo exiliarse en 1840, participar en la fallida sublevación de Diego de León (1841) y en la conspiración de militares moderados que acabaron con la Regencia de Espartero en 1843. Narváez le nombró capitán general de Cuba (1844-48), senador vitalicio (1845) y director general de Infantería (1848).

En 1854, habiendo degenerado el gobierno moderado bajo el conde de San Luis hacia posiciones autocráticas y ultraconservadoras alejadas de la mayoría del partido, O'Donnell encabezó un golpe de Estado que, secundado por movimientos revolucionarios populares capitalizados por los progresistas, dio paso a un bienio de hegemonía política de éstos. O'Donnell se integró como ministro de la Guerra en un gobierno presidido por Espartero (1854-56), mientras fundaba un partido propio de vocación centrista, la Unión Liberal, que aspiraba a situarse entre progresistas y moderados. En 1856 provocó la caída de Espartero y le sustituyó como jefe de gobierno, poniendo fin al proceso constituyente abierto por los progresistas para regresar a la Constitución moderada de 1845, si bien enmendada con un Acta Adicional que reflejaba la voluntad unionista de conservar algunas conquistas del liberalismo avanzado.

Se abrió entonces un periodo de alternancia política entre los unionistas de O'Donnell y los moderados históricos de Narváez, que se turnaron excluyendo del poder a los progresistas. O'Donnell presidió el gabinete en tres ocasiones, en 1856, 1858-63 (el «Gobierno Largo») y 1865-66. Su periodo de gobierno se caracterizó por una cierta apertura política y un gran auge económico, con expansión de los ferrocarriles, construcción de obras públicas y mejora del aparato administrativo y estadístico del Estado.

La bonanza económica fue empleada para lanzarse a una política exterior más activa, estrechamente ligada al expansionismo de la Francia de Napoleón III: tropas españolas secundaron a las francesas en las campañas de Indochina (1858-62) y México (1861); esta última acción, unida a la reincorporación temporal de Santo Domingo (1861-65) y a la Guerra del Pacífico contra Perú y Chile (1865-68), pueden interpretarse como una tentativa de recuperar la influencia española sobre las antiguas colonias americanas.

En esa misma línea de poner las bases para una expansión colonial, O'Donnell lanzó también la Guerra de África (1859-60), que dirigió personalmente hasta la ocupación de Tetuán; la campaña le valió el título de duque, reconociendo Marruecos las posesiones españolas de Ceuta y Melilla, además de adquirir el enclave de Ifni.

O'Donnell se esforzó por apuntalar el trono de Isabel II, rechazando el intento de desembarco carlista en San Carlos de la Rápita (1860), tratando sin éxito de reincorporar a los progresistas al sistema político y reprimiendo los conatos revolucionarios de 1866 (insurrecciones de Juan Prim y del Cuartel de San Gil); su muerte dejó a los moderados como únicos valedores de la reina, pues los unionistas optaron por aliarse con progresistas y demócratas para preparar la Revolución que finalmente la destronaría en 1868.