—1874: Pavía toma el Congreso, a caballo o no, que eso también está en discusión 148 años después, y acaba con la primera república que hubo en España.
—1923: Miguel Primo de Rivera acaba con la democracia con la colaboración de Alfonso XIII y no pocos partidos a derecha e izquierda.
—1932: tras contemplar los primeros desmanes sangrientos de la izquierda, José Sanjurjo protagoniza una asonada con el respaldo de una parte reducida de la derecha, los nostálgicos de la monarquía, que es rápidamente sofocada por el Gobierno legítimo de la República.
—1934: el asesino Largo Caballero no acepta que la derecha gobierne aglutinada en torno a ese antecedente del PP que fue la CEDA y provoca un levantamiento que acaba con la vida de 2.000 españoles. Le llaman «Revolución» pero fue una rebelión con todas las de la ley. A la par, el genocida Companys lleva a la práctica aquello de que «a río revuelto, ganancia de pescadores» y declara el «Estado catalán» en un golpe bis.
—1936: Franco, Mola, Sanjurjo y Queipo de Llano dan un golpe de Estado contra un Frente Popular que, todo hay que decirlo, había robado las elecciones de febrero e instaurado de facto un régimen de terror que pasaba por la eliminación del adversario, ya fueran católicos, monárquicos, liberales, empresarios o simplemente disidentes de un régimen ya en manos de la Unión Soviética.
—1981: el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero asalta el Congreso y secuestra a los diputados. Se sabe quiénes eran los otros dos grandes capos del putsch, Armada y Milans, y se intuye la identidad del «Elefante Blanco», que es como se bautizó al número 1 de la pirámide rebelde. Aquel Elefante Blanco tenía y tiene impunidad e inmunidad.
—2017: los partidos independentistas catalanes declaran abolida la Constitución en Cataluña, es decir, la democracia, y proclaman la República saltándose todas las normas habidas y por haber. El Ejecutivo de Mariano Rajoy suspende de mentirijillas la autonomía catalana aplicando por primera vez en democracia el artículo 155 de la ley de leyes.
La derogación del delito de sedición es la gota que colma el vaso de la demolición del sistema constitucional que nos regalamos en 1978
Se me tachará de hiperbólico, de apocalíptico, otros me tildarán de sectario, la extrema izquierda que nos gobierna me pondrá a caer de un burro para variar, pero objetivamente creo que Pedro Sánchez atesora ya suficientes elementos en su persona para que se le considere el autor de la octava gran asonada de los últimos 148 años en España. La Pedrada. Lo acontecido esta semana con la derogación del delito de sedición para garantizar la impunidad de los tejeritos catalanes es la gota que colma el vaso de la demolición del sistema constitucional que los españoles nos regalamos en 1978 tras casi 40 años de dictadura. Una explosión descontrolada que continúa adelante a velocidades supersónicas.
Lo primero que hace Sánchez con este intolerable trágala es cambiar la ley para favorecer a unos delincuentes, mejor dicho, para agraciar a los protagonistas de uno de los peores actos, si no el peor, que se puede perpetrar en una democracia: un golpe de Estado. Peor aún: ahora cualquier español o grupo organizado tendrá la tentación de cambiar al presidente de turno y el ordenamiento legal. Cepillarte al inquilino de Moncloa para ponerte tú saldrá prácticamente gratis: cinco años como mucho. Y si te sale bien, a vivir en Palacio, a volar en Falcon y a veranear en la residencia real de La Mareta ¡que la vida son dos días! Y si eres un desahogado nivel dios a robar como si no hubiera un mañana.
Lo que hasta ahora era la sedición se considerará tras esta asonada «un delito de desórdenes públicos agravados», sancionado con un máximo de seis años de reclusión, lo cual implica que en unos dos estarás en la calle. «Por intentarlo tampoco se pierde nada», pensará más de uno. La sanción máxima previa era de hasta 15 años por sedición y de hasta 25 por rebelión, el delito por el que el Supremo debería haber condenado a esta gentuza. Por cierto: penas algo más ligeritas de las contempladas en la legislación de los grandes estados europeos.
La segunda consecuencia de La Pedrada es que hace saltar por los aires definitivamente la separación de poderes inherente a cualquier sistema de libertades. Sin legalidad no hay democracia. Elemental, perogrullesco apostillaría yo, pero conviene repetirlo porque en esta España socialcomunista se están perdiendo los más elementales principios que sustentan un sistema digno de aquel nombre. Puedo imaginar la impotencia que invade a los magistrados del Tribunal Supremo, como el gran Llarena o el superlativo Marchena, que pusieron en su sitio a los golpistas encabezados por Puigdemont y Junqueras con la única arma que se puede emplear: el Estado de Derecho.
El prevaricador que prometió que endurecería el delito de sedición, Pedro Sánchez, ha hecho exactamente lo contrario: abolirlo
El instructor del 1-O en particular y del procés en general, Pablo Llarena, debe estar que fuma en pipa al observar que su extraordinario trabajo y sus interminables desvelos han quedado en papel mojado. Los delincuentes se han salido con la suya por acción y los magistrados que los sentaron en el banquillo y los juzgaron han sido gravemente desautorizados por omisión. ¿De qué sirvió a Llarena, por ejemplo, aguantar como un jabato los ataques a una de sus viviendas en Cataluña, donde residía habitualmente? ¿Para qué su mujer, Gema Espinosa, a la sazón directora de la Escuela Judicial con sede en Barcelona, tiró de valentía y decencia moral pensando que resistiendo, ganarían? Para nada. O, sí: para que llegue quien más te tiene que respaldar, el presidente del Gobierno, y se acueste con quienes te escrachaban, te amenazaban de muerte, acosaban fascistoidamente a tus hijos y te obligaban a ti y a tu mujer a ir con cinco escoltas mañana, tarde y noche.
Llueve sobre mojado. El prevaricador que prometió que endurecería el delito de sedición, Pedro Sánchez, ha hecho exactamente lo contrario: abolirlo. Y que le den a la ley, a la Carta Magna, a ese Rey que se dejó la piel aquel mes de octubre de 2017 en el que vivimos peligrosamente, a los dueños de España, los españoles, que yo me mantengo al menos un año más en Moncloa, en Doñana y, sobre todo y por encima de todo, en ese Falcon que antes o después será objeto de una tesis en Psiquiatría.
Es la culminación del segundo procés que consiste en legitimar a los que protagonizaron un putsch, a aquellos que ejercieron el terrorismo —es lo que practicaban los CDR según la Audiencia Nacional—, a los que tienen sometidos desde hace cuatro décadas a los españolistas en Cataluña, que no en vano suponen casi el 60% de la población. También a los que te obligan a rotular por bemoles tu botiga en catalán y a que tu hijo no pueda estudiar en la lengua que a ti te dé la realísima gana.
Todo comenzó aquel 1 de junio de 2018 en el que el traidor Pedro Sánchez se unió a lo peor de cada casa, los golpistas de ERC, los etarras de Bildu y los podemitas del delincuente coletudo, para sacar de La Moncloa a quien había ganado legítimamente las elecciones con 52 escaños de diferencia: Mariano Rajoy. El segundo gran capítulo se escribió con los indultos a unos tejeritos que no se han arrepentido del levantamiento contra el orden democrático de hace un lustro. Otra puñalada al poder judicial y otra demostración de lo embustero que es el personaje: se comprometió a incrementar las penas por sedición pero también empeñó su palabra en no indultar a los golpistas jamás.
El siguiente hito de la hoja de ruta de Sánchez y sus colegas será aupar a la Lehendakaritza a Arnaldo Otegi en las próximas elecciones vascas
El golpe de Sánchez es de 360 grados, se extiende a norte, sur, este y oeste. Su alianza estable con Bildu le hace merecedor de nuestro asco perpetuo. A la cabeza de Bildu está el ex jefe de ETA Arnaldo Otegi, un malnacido que cuando era un terrorista de a pie pegó un tiro en la pierna al centrista Gabriel Cisneros, secuestró al embajador Javier Rupérez y mantuvo en un zulo de 3 metros de largo, 1,50 de ancho y 1,80 de alto al directivo de Michelin Luis Abaitua. Item más: el número 2 de Bildu es David Pla, número 1 de la banda terrorista y máximo responsable de una decena de asesinatos entre 2008 y 2011, el del socialista Isaías Carrasco entre otros.
Suma y sigue: en mi tierra, Navarra, la presidenta socialista, María Chivite, tiene de aliado prioritario y permanente a Bildu. Su interlocutor es el jefe de filas en el Parlamento, Adolfo Araiz, el tipejo que parió la estrategia de «socialización del dolor», que consistió en extender los asesinatos de ETA más allá del Ejército y los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Un plan que provocó la muerte de Gregorio Ordóñez, Fernando Múgica, Miguel Ángel Blanco y mis paisanos Tomás Caballero y José Javier Múgica, entre otros. El siguiente hito de la hoja de ruta de Sánchez y sus colegas será aupar a la Lehendakaritza a Arnaldo Otegi en las próximas autonómicas vascas en 2024. Un do ut des diabólico: yo te doy el Gobierno vasco, tú a mí el de España. Tiempo al tiempo.
Ni miento ni exagero cuando digo que Sánchez es un filoetarra. La Real Academia señala textualmente que el prefijo «filo» se emplea «para la formación de nombres y adjetivos con el sentido de ‘amigo de’ y ‘aficionado a’». Cualquiera de las dos acepciones le viene al pelo al pájaro. Y que es un golpista creo que está ya en el terreno de lo que los anglosajones denominan «más allá de toda duda razonable». Primero fue colaborador y socio de los golpistas: no en vano, ERC es, extramuros, su socio preferente de legislatura. Ahora forman parte del mismo equipo: el de ese golpe cada vez menos silencioso que está tumbando la Constitución, la independencia judicial y la alternancia democrática. Hugo Chávez, Erdogan y Putin empezaron así. Salieron de las urnas pero pronto se aprovecharon de los agujeros de la democracia para, sin prisa pero sin pausa, transformar sus regímenes en dictaduras o autocracias. En eso estamos ya desde el jueves. Ya sólo un vuelco electoral puede parar esta locura.