miércoles, 7 de marzo de 2012

Fascismo social y financiero en Europa

                              La UE (en azul) dentro de Europa (en gris oscuro).

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                   Fascismo social y financiero en Europa

Mientras seguimos pensando que aún vivimos en una Europa democrática, en realidad asistimos a los primeros pasos de un “golpe de estado” y la posible instauración de una larga época de fascismo social y financiero. Entendemos que esta afirmación es dura y, posiblemente, produzca una inmediata consideración de ser una exageración y, además, alarmismo gratuito. Pero, analicemos tan solo dos elementos evidentes, públicos y ampliamente conocidos, que se han dado en los últimos meses sobre, lo que siempre nos dijeron, eran piedras angulares de los sistemas democráticos: las constituciones y los procesos electorales.

Las primeras, y de forma evidente en el estado español, siempre nos recalcaron que eran poco menos que intocables para salvaguardar la estabilidad social y política del estado-nación. No lo creemos así, pero esto es lo que siempre ha mantenido la mayoría de la clase política. Y nos decían que, en último caso, cualquier reforma constitucional exigiría un largo proceso de discusión y debate político y, con propuestas claras y ampliamente conocidas por la ciudadanía, debería ser refrendada por ésta. Sin embargo, en los últimos meses hemos asistido a procesos exprés de reforma constitucional que, prácticamente, se han llevado acabo sin que esa ciudadanía, donde se dice reside el poder soberano de una democracia, se entere de qué es lo que se ha reformado y por qué. En el mejor de los casos, sabemos que es algo relacionado con el déficit, la ahora obligada estabilidad presupuestaria y la crisis que domina el escenario político y económico europeo desde hace más de cuatro años (Una crisis, por cierto, que en todo momento decían que era coyuntural y pasaría pronto, y con el tiempo ha dado la razón a quienes mantenemos desde el principio que es estructural del sistema capitalista). Podemos entonces afirmar que ese poder soberano que residía en el pueblo ha sufrido un evidente y forzado desplazamiento hacia los poderes económicos. Éstos son ahora quienes deciden los cambios y reformas constitucionales, para que el conocido como poder delegado del pueblo, que se supone reside en la llamada clase política, simplemente apruebe lo que prescribe este nuevo poder soberano usurpador.

El segundo elemento evidente del golpe de estado que se está produciendo lo encontramos en el proceso electoral y consiguiente elección de los gobernantes. Así, ese poder soberano usurpador que señalábamos anteriormente, decide ahora también si el proceso electoral en un país es necesario o se puede prescindir del mismo, dando los primeros pasos para el expolio, también aquí, del derecho a elección que tiene la sociedad sobre la clase gobernante. En esta línea, hemos asistido en los últimos meses a los cambios unilaterales de los gobiernos de Grecia y de Italia cuando ya no han sido útiles a los poderes económicos. Así, cuando Yorgos Papandreu y su gobierno en Grecia, ya no tenía fuerza, ni valor quizá, para aplicar más recortes al castigado pueblo griego, se provoca su caída y se impone su sustitución por otro conformado por los llamados tecnócratas. En Italia, donde multitud de escándalos de todo tipo habían desprestigiado hasta la broma a Silvio Berlusconi, pero ninguno de ellos había conseguido su salida del gobierno, serán también los poderes económicos los que en cuestión de horas decidan y realicen su sustitución por otro tecnócrata. Y estas actuaciones se convierten en evidentes y nítidos mensajes para aquellos otros que pudieran tener la veleidad de tomar medidas no ajustadas a los dictados de “los mercados”.

Pero cuidado con los tecnócratas, pues se nos retransmite la imagen de personas con alta cualificación técnica, al margen de los vicios y el fracaso de la política, y neutrales a las ideologías; por encima del “bien y del mal” y, por lo tanto, únicos posibles salvadores de la crítica situación. Sin embargo, tanto Lukas Papademos, en Grecia, como Mario Monti, en Italia, provienen directamente de los poderes económicos y han construido sus carreras en los entramados financieros hasta el punto de haber sido parte de los núcleos de decisión y actuación de las medidas tomadas en épocas precedentes a la actual crisis y causantes, en gran medida, de la misma. Lukas Papademos, por ejemplo, fue economista jefe primero y vicegobernador después del Banco de Grecia entre los años 1985 y 2002, para pasar a ocupar la vicepresidencia del Banco Central Europeo. Mario Monti tuvo, entre otras responsabilidades, el cargo de director europeo de la Trilateral (un lobby de evidente tendencia neoliberal) y asesor de Goldman Sachs, durante el periodo que esta compañía ayudó a Grecia a ocultar su enorme déficit, origen en gran parte de la actual situación griega y de las brutales medidas económicas que ahora la imponen. Entonces, ¿quién ha decidido que estos personajes, por su aparente, aunque discutible, cualidad técnica tienen capacidad y derecho para estar al frente de gobiernos de sistemas teóricamente democráticos? Proviniendo de bancos e instituciones financieras, ¿cómo podemos suponer que sus medidas no estarán al servicio de estas entidades y de sus intereses lucrativos, respondiendo a sus demandas y medidas antes que para la mejora de las condiciones sociales y económicas de las poblaciones de sus respectivos países?  

Estos son algunos de los elementos que nos evidencian que asistimos a auténticos golpes de estado que, definitivamente, prostituyen el llamado sistema democrático europeo e imponen un fascismo social y financiero al servicio de las élites económicas y sus intereses. Al servicio de los llamados “mercados”, unas entidades sobre las que continuamente nos transmiten la idea de que son entes anónimos y difusos, casi inidentificables. Esto hace más difícil reconocerlos como los culpables que son de la situación de crisis y de los graves ataques que, con la disculpa de ésta, se están tomando contra todo un núcleo de derechos adquiridos por las luchas sindicales, políticas y sociales a lo largo de todo el siglo XX. De esta forma, difuminando a los culpables, consiguiendo que la sociedad no pueda centrar exactamente sus demandas y protestas hacia responsables directos de la situación, esos culpables se protegen. Sin embargo, hay que decir que esos “mercados” tienen nombres y apellidos; se reúnen en Davos y Bildergerg, se encuentran en el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial o la Trilateral, en las famosas agencias de calificación y en los consejos ejecutivos de los grandes bancos. Ahí están quienes están tomando las decisiones, quienes hoy definen cuándo y cómo se modifican las constituciones y quienes deben ocupar los gobiernos en sistemas, ya solo presuntamente, democráticos.

Son precisamente esos grupos económicos quienes han reaccionado con las medidas que ahora nos imponen. Hace tan solo dos años, ante los primeros meses y efectos de la llamada crisis, determinados sectores políticos se atrevieron tímidamente a identificar culpables en los poderes financieros. Se empezó a hablar de la necesidad de reformar el capitalismo al reconocer su profunda crisis, se planteaba la necesidad de controlar el sistema financiero como causante de la misma por su ambición ilimitada, se hablaba de tomar medidas serias contra los paraísos fiscales y el fraude y toda otra serie de medidas se iban extendiendo como necesarias en la sociedad. Aunque esa clase política no pretendía nunca cambiar el sistema sino solo modificar lo necesario para su mantenimiento, la reacción de las elites económicas, de “los mercados”, con el control absoluto y la manipulación de la mayoría de los medios de comunicación, ha hecho que todo eso se haya olvidado y ya no se consideren ni esas tímidas medidas ni, mucho menos, pedir responsabilidades a quienes han sido los causantes directos de la crisis del sistema capitalista. Se cuestionó con fuerza el fracaso del neoliberalismo impuesto en las últimas décadas y hoy, solo dos años después, las medidas que se nos aplican hacen gala del neoliberalismo más ortodoxo y están impuestas por aquellos que se vanaglorian del mismo. El debate y actuaciones profundas se ha desviado de esos focos hacia la imposición de medidas de recortes sociales y laborales y para el quebranto de los derechos de las mayorías y, por lo tanto, hacia la fascistización social y económica con el consiguiente control de una minoría poderosa sobre la vida social y política de la sociedad, en aras al aumento incontrolable de sus beneficios.

Entonces, si admitimos que lo señalado hasta aquí es una parte importante de los posibles nuevos escenarios en Europa las dudas, vértigos y vacilaciones que se abren serán muchas, pero hay preguntas dominantes, como ¿hasta cuándo vamos a esperar para reaccionar, cuando el camino de recortes y pérdidas de derechos que nos están trazando en estos últimos años es evidente que no lo dan por finalizado sino que seguirán profundizándolo? En esta vieja Europa constituida por viejos pueblos, sigue estando en nuestras manos, aunque quizá por no mucho más tiempo siendo ese es el grave riesgo que corremos, la capacidad para frenar el golpe de estado, para impedir que el fascismo social y financiero se nos imponga.











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