Fascismo social y financiero en Europa
Mientras seguimos
pensando que aún vivimos en una Europa democrática, en realidad asistimos a los
primeros pasos de un “golpe de estado” y la posible instauración de una larga
época de fascismo social y financiero. Entendemos que esta afirmación es dura y,
posiblemente, produzca una inmediata consideración de ser una exageración y,
además, alarmismo gratuito. Pero, analicemos tan solo dos elementos evidentes,
públicos y ampliamente conocidos, que se han dado en los últimos meses sobre, lo
que siempre nos dijeron, eran piedras angulares de los sistemas democráticos:
las constituciones y los procesos electorales.
Las primeras, y
de forma evidente en el estado español, siempre nos recalcaron que eran poco
menos que intocables para salvaguardar la estabilidad social y política del
estado-nación. No lo creemos así, pero esto es lo que siempre ha mantenido la
mayoría de la clase política. Y nos decían que, en último caso, cualquier
reforma constitucional exigiría un largo proceso de discusión y debate político
y, con propuestas claras y ampliamente conocidas por la ciudadanía, debería ser
refrendada por ésta. Sin embargo, en los últimos meses hemos asistido a procesos
exprés de reforma constitucional que, prácticamente, se han llevado acabo sin
que esa ciudadanía, donde se dice reside el poder soberano de una democracia, se
entere de qué es lo que se ha reformado y por qué. En el mejor de los casos,
sabemos que es algo relacionado con el déficit, la ahora obligada estabilidad
presupuestaria y la crisis que domina el escenario político y económico europeo
desde hace más de cuatro años (Una crisis, por cierto, que en todo momento
decían que era coyuntural y pasaría pronto, y con el tiempo ha dado la razón a
quienes mantenemos desde el principio que es estructural del sistema
capitalista). Podemos entonces afirmar que ese poder soberano que residía en el
pueblo ha sufrido un evidente y forzado desplazamiento hacia los poderes
económicos. Éstos son ahora quienes deciden los cambios y reformas
constitucionales, para que el conocido como poder delegado del pueblo, que se
supone reside en la llamada clase política, simplemente apruebe lo que prescribe
este nuevo poder soberano usurpador.
El segundo
elemento evidente del golpe de estado que se está produciendo lo encontramos en
el proceso electoral y consiguiente elección de los gobernantes. Así, ese poder
soberano usurpador que señalábamos anteriormente, decide ahora también si el
proceso electoral en un país es necesario o se puede prescindir del mismo, dando
los primeros pasos para el expolio, también aquí, del derecho a elección que
tiene la sociedad sobre la clase gobernante. En esta línea, hemos asistido en
los últimos meses a los cambios unilaterales de los gobiernos de Grecia y de
Italia cuando ya no han sido útiles a los poderes económicos. Así, cuando Yorgos
Papandreu y su gobierno en Grecia, ya no tenía fuerza, ni valor quizá, para
aplicar más recortes al castigado pueblo griego, se provoca su caída y se impone
su sustitución por otro conformado por los llamados tecnócratas. En Italia,
donde multitud de escándalos de todo tipo habían desprestigiado hasta la broma a
Silvio Berlusconi, pero ninguno de ellos había conseguido su salida del
gobierno, serán también los poderes económicos los que en cuestión de horas
decidan y realicen su sustitución por otro tecnócrata. Y estas actuaciones se
convierten en evidentes y nítidos mensajes para aquellos otros que pudieran
tener la veleidad de tomar medidas no ajustadas a los dictados de “los
mercados”.
Pero cuidado con
los tecnócratas, pues se nos retransmite la imagen de personas con alta
cualificación técnica, al margen de los vicios y el fracaso de la política, y
neutrales a las ideologías; por encima del “bien y del mal” y, por lo tanto,
únicos posibles salvadores de la crítica situación. Sin embargo, tanto Lukas
Papademos, en Grecia, como Mario Monti, en Italia, provienen directamente de los
poderes económicos y han construido sus carreras en los entramados financieros
hasta el punto de haber sido parte de los núcleos de decisión y actuación de las
medidas tomadas en épocas precedentes a la actual crisis y causantes, en gran
medida, de la misma. Lukas Papademos, por ejemplo, fue economista jefe primero y
vicegobernador después del Banco de Grecia entre los años 1985 y 2002, para
pasar a ocupar la vicepresidencia del Banco Central Europeo. Mario Monti tuvo,
entre otras responsabilidades, el cargo de director europeo de la Trilateral (un
lobby de evidente tendencia neoliberal) y asesor de Goldman Sachs, durante el
periodo que esta compañía ayudó a Grecia a ocultar su enorme déficit, origen en
gran parte de la actual situación griega y de las brutales medidas económicas
que ahora la imponen. Entonces, ¿quién ha decidido que estos personajes, por su
aparente, aunque discutible, cualidad técnica tienen capacidad y derecho para
estar al frente de gobiernos de sistemas teóricamente democráticos? Proviniendo
de bancos e instituciones financieras, ¿cómo podemos suponer que sus medidas no
estarán al servicio de estas entidades y de sus intereses lucrativos,
respondiendo a sus demandas y medidas antes que para la mejora de las
condiciones sociales y económicas de las poblaciones de sus respectivos
países?
Estos son algunos
de los elementos que nos evidencian que asistimos a auténticos golpes de estado
que, definitivamente, prostituyen el llamado sistema democrático europeo e
imponen un fascismo social y financiero al servicio de las élites económicas y
sus intereses. Al servicio de los llamados “mercados”, unas entidades sobre las
que continuamente nos transmiten la idea de que son entes anónimos y difusos,
casi inidentificables. Esto hace más difícil reconocerlos como los culpables que
son de la situación de crisis y de los graves ataques que, con la disculpa de
ésta, se están tomando contra todo un núcleo de derechos adquiridos por las
luchas sindicales, políticas y sociales a lo largo de todo el siglo XX. De esta
forma, difuminando a los culpables, consiguiendo que la sociedad no pueda
centrar exactamente sus demandas y protestas hacia responsables directos de la
situación, esos culpables se protegen. Sin embargo, hay que decir que esos
“mercados” tienen nombres y apellidos; se reúnen en Davos y Bildergerg, se
encuentran en el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial o la
Trilateral, en las famosas agencias de calificación y en los consejos ejecutivos
de los grandes bancos. Ahí están quienes están tomando las decisiones, quienes
hoy definen cuándo y cómo se modifican las constituciones y quienes deben ocupar
los gobiernos en sistemas, ya solo presuntamente, democráticos.
Son precisamente
esos grupos económicos quienes han reaccionado con las medidas que ahora nos
imponen. Hace tan solo dos años, ante los primeros meses y efectos de la llamada
crisis, determinados sectores políticos se atrevieron tímidamente a identificar
culpables en los poderes financieros. Se empezó a hablar de la necesidad de
reformar el capitalismo al reconocer su profunda crisis, se planteaba la
necesidad de controlar el sistema financiero como causante de la misma por su
ambición ilimitada, se hablaba de tomar medidas serias contra los paraísos
fiscales y el fraude y toda otra serie de medidas se iban extendiendo como
necesarias en la sociedad. Aunque esa clase política no pretendía nunca cambiar
el sistema sino solo modificar lo necesario para su mantenimiento, la reacción
de las elites económicas, de “los mercados”, con el control absoluto y la
manipulación de la mayoría de los medios de comunicación, ha hecho que todo eso
se haya olvidado y ya no se consideren ni esas tímidas medidas ni, mucho menos,
pedir responsabilidades a quienes han sido los causantes directos de la crisis
del sistema capitalista. Se cuestionó con fuerza el fracaso del neoliberalismo
impuesto en las últimas décadas y hoy, solo dos años después, las medidas que se
nos aplican hacen gala del neoliberalismo más ortodoxo y están impuestas por
aquellos que se vanaglorian del mismo. El debate y actuaciones profundas se ha
desviado de esos focos hacia la imposición de medidas de recortes sociales y
laborales y para el quebranto de los derechos de las mayorías y, por lo tanto,
hacia la fascistización social y económica con el consiguiente control de una
minoría poderosa sobre la vida social y política de la sociedad, en aras al
aumento incontrolable de sus beneficios.
Entonces, si
admitimos que lo señalado hasta aquí es una parte importante de los posibles
nuevos escenarios en Europa las dudas, vértigos y vacilaciones que se abren
serán muchas, pero hay preguntas dominantes, como ¿hasta cuándo vamos a esperar
para reaccionar, cuando el camino de recortes y pérdidas de derechos que nos
están trazando en estos últimos años es evidente que no lo dan por finalizado
sino que seguirán profundizándolo? En esta vieja Europa constituida por viejos
pueblos, sigue estando en nuestras manos, aunque quizá por no mucho más tiempo
siendo ese es el grave riesgo que corremos, la capacidad para frenar el golpe de
estado, para impedir que el fascismo social y financiero se nos imponga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario