domingo, 7 de mayo de 2023

Solo VOX mantiene la dignidad ante un exguerrillero hispanófobo como Gustavo Petro.

 

Solo VOX mantiene la dignidad ante un exguerrillero hispanófobo como Gustavo Petro.

 

El siglo XIX supuso un punto de inflexión para la nación española, ya que los acontecimientos que en él se sucedieron determinaron el definitivo desmoronamiento de un imperio que en su máximo apogeo llegó a ser tan extenso que, como señaló fray Francisco de Ugalde a Carlos I de España, en él nunca se ponía el sol. El principio del fin tuvo lugar como consecuencia del progresivo enfrentamiento entre una España en franca decadencia y unos Estados Unidos en plena efervescencia. Así, fue en el siglo XIX cuando EE.UU. comenzó a desarrollar la agresiva política expansionista que desde entonces le ha caracterizado, estableciendo que Cuba, Puerto Rico y Filipinas se hallaban dentro de su zona de influencia, fundamentalmente impulsados por su valor geoestratégico y económico. El conflicto se desencadenó a partir de un atentado de”falsa bandera”, como fue la explosión del acorazado “Maine”, provocada por los propios norteamericanos el 15 de febrero de 1898 en el Puerto de la Habana. De esta forma, con una opinión pública convenientemente soliviantada por el sensacionalismo de la prensa amarilla, los EE. UU. Declararon la guerra a España, obteniendo una contundente victoria naval tanto en la batalla de Cavite en Filipinas como en la batalla de Santiago de Cuba. Obligada por la derrota, España firmó, el 10 de diciembre de 1898, el Tratado de París, en virtud del cual la Corona española reconocía la independencia de Cuba y entregaba a los estadounidenses Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam. Tales concesiones supusieron el punto y final del Imperio español de ultramar y la irrupción de los EE. UU. Como potencia emergente en el escenario internacional.

Tras la culminación de la independencia de los distintos virreinatos fundados por los españoles los habitantes de las diferentes naciones surgidas a lo largo del siglo XIX asistieron, imaginamos que atónitas, a un notable empeoramiento de su calidad de vida, así como a un considerable incremento de la pobreza, debido fundamentalmente a la corrupción de las nuevas oligarquías políticas y financieras nacidas a rebufo de la revolución. Esta dualidad constituida por la corrupción y la pobreza ha dominado el escenario sociopolítico hispanoamericano a lo largo de su historia, por lo que no parece sorprendente el triunfo del comunismo con sus falsas promesas en países como Cuba, Argentina, Nicaragua o Venezuela. Más asombroso resulta el que la gran mayoría de los países latinoamericanos hayan ido cayendo, como fichas de dominó, en las garras de la izquierda populista surgida a raíz del Foro de Sao Paulo, teniendo en cuenta que sus principales logros han sido consolidar la opresión y extender la miseria allá donde han logrado ejercer el poder.

Uno de los últimos países en dejarse embaucar por el discurso social populista ha sido Colombia, algo que se puso de manifiesto en las elecciones celebradas en junio de 2022 con el ascenso a la Presidencia de la República del comunista y exguerrillero del movimiento terrorista “M-19” Gustavo Petro. Desde el comienzo de su mandato -más allá de demostrar en reiteradas ocasiones tanto la concepción mesiánica que tiene de sí mismo como el planteamiento totalitario que impulsa su actividad política- el discurso de Petro se ha caracterizado por su marcado carácter hispanófobo, algo por otra parte habitual en los líderes social comunistas latinoamericanos. Así, en su visita a Madrid Petro no ha dudado en arremeter contra España tanto en el Parlamento, ante los diputados y senadores, como en el Palacio de la Moncloa, ante un sumiso Pedro Sánchez. Básicamente, el presidente colombiano ha enarbolado la bandera del indigenismo y del comunismo, insistiendo hasta la saciedad en que el Imperio español supuso un yugo para Hispanoamérica, para, a continuación, manifestar su profunda admiración por un personaje tan infame como Simón Bolívar.

Yendo por partes, lo primero que es necesario aclarar es que la referencia al “yugo español” es algo tan manido como incierto, ya que resulta obvio que, para derrotar a los aztecas y a los incas, tanto Hernán Cortés como Francisco Pizarro, dada la escasa cuantía de las tropas españolas desplazadas al continente americano en ambas expediciones, contaron necesariamente con la ayuda de las numerosas tribus indígenas deseosas de liberarse de la esclavitud a la que estaban sometidas, en virtud del poder omnímodo ejercido por los caciques autóctonos de ambas imperios.

Por lo que respecta a Simón Bolívar baste señalar que este criollo, de ascendencia vasca y clase alta, lejos de ser el héroe que los enemigos seculares de España han dibujado, era un individuo extremadamente sanguinario que -a pesar del profundo desprecio que sentía hacia los indios y los negros debido a la ignorancia que les atribuía, tal y como dejó escrito en su relación epistolar con los británicos- convirtió el odio patológico que sentía por España en su razón de ser y existir. En consecuencia, Bolívar transformó una guerra de independencia en una guerra de exterminio, como demuestran los hechos que protagonizó. Así, por poner tan solo un ejemplo de las numerosas tropelías que llevó a cabo, tras dictar el “Decreto de Guerra a Muerte”, por el que se establecía la pena capital para todos aquellos españoles que no participasen en favor de la independencia venezolana, Bolívar ordenó fusilar a 886 prisioneros españoles retenidos en Caracas y pasar a cuchillo a los más de 1.000 enfermos españoles ingresados en distintos hospitales de la capital venezolana.  En definitiva, fue tal el ejercicio arbitrario y cruel de poder llevado a cabo por Bolívar que el propio Karl Marx, en una carta dirigida a Engels, señaló en relación a tan siniestro personaje que “Hubiera sido pasarse de la raya querer presentar como Napoleón I al canalla más cobarde, brutal y miserable”, construyendo así el retrato más fidedigno que de Simón Bolívar se puede realizar.

 

Resulta evidente que ante el insultante argumentario esgrimido por Petro cualquier Parlamento con una mínima autoestima hubiera salido en defensa de la nación a la que representa, respondiendo a la agresión verbal con una sonora pitada, seguida de una inmediata expulsión con cajas destempladas. Sin embargo, el Parlamento español constituye una decepcionante excepción a tal regla, ya que el presidente colombiano recibió una estruendosa ovación por parte de la bancada socialista, comunista e independentista, demostrando así, una vez más, la falta de dignidad que caracteriza a la izquierda española. No satisfecho con ello, Pedro Sánchez recibió a Petro en el Palacio de La Moncloa al día siguiente de su intervención en el Parlamento, para otorgarle, nada más y nada menos, que el Collar de la Orden de Isabel la Católica, algo que, de manera incomprensible atendiendo al contenido de su discurso, fue aceptado por el presidente colombiano, demostrando así un alto grado de incoherencia intelectual, algo por otra parte característico de todo terrorista reconvertido en mandatario.

Si bien la actuación de la izquierda en su conjunto resultó del todo patética, no menos lamentable fue el comportamiento del PP durante todos estos actos, ya que, después de que Núñez Feijoo también se levantara a aplaudir a Petro, los diputados y senadores populares procedieron igualmente a homenajear al líder colombiano, dedicándole lo que el filósofo Miguel Ángel Quintana Paz -en el programa “El Gato al Agua” de El Toro TV- acertadamente denominó “el aplauso de los corderos”. Y es que de donde no hay no se puede sacar y en el PP ni hay ni se espera que haya otra cosa que pusilanimidad y obediente acatamiento del pensamiento políticamente correcto establecido por el neomarxismo cultural.

Por su parte Vox, demostrando que todavía queda algo de decencia y valor en el Parlamento español, no solo no aplaudió a Petro, sino que nada más entrar este triste personaje en el hemiciclo, como diría Cervantes, se “caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada” más allá de una tristeza infinita al comprobar como la traición a la nación española y a los valores de la civilización occidental se produce diariamente en la propia sede de la soberanía nacional, en medio del atronador silencio cómplice de una sociedad alienada.

Rafael García Alonso

 

 

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