¿Del partido político a la corrupción, o de la
corrupción al partido político?
Por Luis Alberto Calderón
Para André Hauriou un partido político encarna una visión general o parcial de la sociedad,
lo que quiere decir que los partidos políticos son la representación de la
parte de la sociedad a la que sustituyen, por lo que también son la imagen
externa e interna de unas virtudes y miserias que ya estaban en las personas
que se afilian y conforman el mismo. Pudiéramos pensar que un partido político
puede cambiar el espíritu del que se acerca a él, si dicho espíritu es bajo y
mezquino, pero si estos partidos se conducen y anidan en lo que se
denomina democracia
liberal, hemos de recordar al profesor Del Valle cuando dice que
dicha democracia liberal entraña una pluralidad incoherente de individuos que
van hacia una unidad imposible, sin acciones y reacciones recíprocas y sin la
forma de una suprema solidaridad.
Si los
partidos políticos que nos ofrece el sistema actual lo componen hombres que
aprovechan su posición y cargo en el partido para su propia ambición personal,
cayendo en la ambición del beneficio económico, es porque dichas organizaciones
no son útiles para cambiar el carácter por uno más elevado y superior. Si
Aristóteles calificó al hombre, cuando alcanza la perfección, como el mejor de
los animales, de la misma manera se convierte en el peor de todos cuando se
aparta de la ley y de la justicia. Ni que decir que aquellos que se conducen
por la corrupción no son mejores que los animales, sino meramente alimañas.
De ahí que
resulte gracioso -si no fuera de lo que hablamos lo más serio para el
comportamiento del hombre- escuchar cómo se arrojan el listón de la corrupción
un partido a otro, cuando es la sociedad misma de la que procede el mal, es
decir, que vivimos en una sociedad en la que la corrupción es la regla que rige
nuestra vida. Unos partidos políticos que no respetan las instituciones que los
ha creado conllevan en sí mismos el estigma de la corrupción, terminando por
corromper las voluntades de aquellos que deberían defender. Si partidos
políticos como los nuestros eliminan la independencia de los distintos poderes
están corrompiendo el mismo sistema sobre el que se sustentan.
Ahora mismo
sólo tenemos un único poder, el ejecutivo, y bajo su control se desarrolla el
legislativo y el judicial, sin que esto haya sido corregido por el partido
político, como es el PP, que se suponía era el defensor más claro de las
instituciones. Pero este partido está inmerso en la corrupción como uno más.
Corrupción generada por un sistema educativo que no transmite lo que es
correcto y la búsqueda de la verdad, además también de decirla, conforme
obligaban a sus súbditos los persas. Por el contrario, tenemos unos señores
políticos que obligan a los ciudadanos a realizar determinados actos, a través
de las leyes que dictan, comprobando que son los primeros que las incumplen, y
cuando ello acaece, esa ley que ha debido ser dictada en los límites de la
virtud, termina por no obligar y, en consecuencia, en el derecho del ciudadano
a desobedecerla.
Dice Marco
Aurelio que si un acto no es correcto, no se haga, y si no es verdad, no se
diga. Pues aquí, en nuestro marco territorial y político, tenemos políticos que
hacen lo incorrecto, tanto como tenemos políticos que no dicen nunca la verdad,
y en algunos casos suman una y otra conducta. Estamos inmersos ahora en el
caso Mediador,
y lo que debería ser un escándalo general que nos llevara a terminar con el
sistema político que ahora tenemos, lo aceptamos como uno más de los habidos
hasta la fecha. Lo peor no es que la sociedad esté en un sopor impeditivo de un
mínimo movimiento, sino que los gestores del propio partido político afectado
por dicho caso, como es el PSOE, no haya dado el primer paso apartando de la
militancia a todos y cada uno de los personajes cuyos nombres se conocen
relacionados, directa o indirectamente, ni que como partido que gobierna, no
facilite la investigación a los organismos correspondientes, en aras a una
ocultación que lleva la sospecha.
Una sociedad
debería estar conducida por los virtuosos, por aquellos que hacen lo que es
correcto y dicen lo que es verdad. Cuenta Mariano Navarro Rubio en sus Memorias, que Franco quiso
parar la instrucción del caso Matesa respecto
de aquél, pero el Fiscal General -por entonces Fernando Herrero Tejedor-
anunció su dimisión si no se le permitía el procesamiento del señor Navarro,
con lo que Franco desistió de su intención permitiendo el curso de la
instrucción. Claro es que eran otros personajes y otros tiempos, distintos a
los actuales en lo que se hace lo que se no debe y no se dice lo que se debe.
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