martes, 12 de abril de 2022

Crítica a «44 Hechos científicos corroborados por la Biblia» (III)

Crítica a «44 Hechos científicos corroborados por la Biblia» (III)

 


 

Bueno, pues seguimos repasando los supuestos hechos científicos corroborados por la Biblia, con una nueva entrega donde comentamos algunas «evidencias» más:

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11. Juan 15:13 La Abnegación y el auto Sacrificio. La historia revela que innumerables personas han puesto en peligro sus vidas y hasta muerto por amor a otros. Esta realidad no se puede explicar ni mucho menos entenderse a través de la Selección Natural o la Supervivencia de los más aptos (Romanos 5:7-8).

Vaya, pues entonces aún es más difícil entender cómo puede mostrar altruismo una hormiga infectada e irse a morir alejada de la colonia para no contaminarla, cómo puede una perra adoptar un cachorro de gato, o porqué un delfín ayuda a no ahogarse a un congénere enfermo. Dudo mucho que ningún literalista bíblico sostenga que los animales tengan un alma comparable a la humana y, por lo tanto, compartan las dádivas divinas como la caridad y el altruismo, espoleados por un paraiso hormiguil.

Igualmente, cabría preguntarse porqué tendemos a ser más altruistas con las personas más cercanas (hijos, hermanos, padres, primos, vecinos, amigos íntimos) y vamos descendiendo en nuestro nivel de altruismo conforme se aleja el parentesco y el trato (primos lejanos, vecinos de la otra punta de la ciudad, víctimas del terremoto de Haití). También me permito dudar de que el Dios cristiano premie el altruismo en razón proporcional al grado de parentesco.

Por el contrario, y contradiciendo la falsa e ignorante afirmación final de la frasecita de marras, la biología evolutiva sí puede ofrecer explicaciones de estos curiosos hechos, y de hecho se han manejado varias posibilidades sobre como podría ser adaptativamente positiva la conducta altruista en los animales (incluyendo, obviamente, al Homo sapiens).

 

Una de las últimas, y que particularmente me parece más coherente, se basa en que la unidad de selección sea el gen, y no el organismo. Es decir, lo que transmitimos a la siguiente generación es una copia nuestros genes, que se encuentran también en nuestros hermanos y parientes más próximos con mayor probabilidad de coincidencia que en parientes lejanos o personas del otro extremo del planeta. De esta forma, un individuo que se sacrifica por los demás (o disminuye la probabilidad de reproducirse), puede obtener una ventaja para perpetuar sus propios genes cuanta mayor sea la similitud genética con el individuo por el que se sacrifica. De hecho, dar la vida por un hijo supone salvar el 50% de tu dotación genética, el equivalente a tener otro hijo. Con nuestros hermanos compartimos otro 50% de patrimonio genético de media, alrededor del 25% con nuestros tíos y sobre el 12,5% de nuestros primos, continuando el descenso según nos alejamos en nuestro árbol genealógico. Como resulta evidente, un comportamiento que nos incline a beneficiar a nuestro entorno más cercano sería seleccionado positivamente. Si además, mediante algún mecanismo, se consigue que el animal (humano o no) asuma menores riesgos cuanto menos emparentado esté con el solicitante de ayuda, se conseguirá una mayor optimización en la relación de riesgo-recompensa.

Lógicamente, los animales no tenemos un «detector de similitud genética» como para poder evaluar la cantidad de genes idénticos que compartimos con un individuo a punto de caer por un barranco. Sin embargo, tenemos posibles estimaciones; la más importante de todas, el nivel de relación con el individuo en peligro. En animales sociales, en mayor o menor medida, cabe esperar que los individuos más próximos y con los que mayor contacto tenemos sean precisamente aquellos más emparentados con nosotros mismos. Sea un hormiguero o un clan de cromañones, las posibilidades de que el tipo junto al que cazamos todos los días tenga más genes en común con nosotros son mayores que las otro elemento que no conocemos por pertenecer a un clan diferente. De esta forma, un comportamiento que induzca a la protección de aquellos con los que tenemos un mayor contacto, será altamente adaptativo, dado que tendrá más probabilidades de estar protegiendo copias de nuestros propios genes.

 

Sin duda, los mecanismos que dirigen nuestra conducta afectiva y protectora son mucho más complejos que éstos, como ocurre con la empatía mostrada hacia las crías. Numerosos estudios han confirmado que el hombre y otros mamíferos reconocen determinados caracteres infantiles (como los ojos grandes en proporción con el tamaño del cráneo) tanto dentro de nuestra propia especie como en otras, induciendo un instinto de protección que resultaría de nuevo altamente adaptativo especialmente en animales sociales (precisamente donde más se da esta característica).

Todos estos fenómenos no solamente pueden explicar porqué solemos darnos más a nuestra prole que a un habitante de Bora-Bora (y evitar la incomodidad de tener que explicar donde ordena Dios amar más a nuestros primos que a un polinesio), sino que además nos puede hacer comprender comportamientos tan poco adaptativos como los que muestran perros y humanos desperdiciando recursos al adoptar a cachorros ajenos, por ejemplo. Incluso, nos puede llegar a entender los motivos de esos enormes ojos de los comics manga…

Puede que a muchas personas les resulte una conclusión triste y odiosa, pero cabría preguntarse si el tan alabado sacrificio paterno no es un mero acto de egoismo de nuestros genes.

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12. Génesis 1:20-22 El Dilema de la Gallina o el Huevo se resuelve. ¿Qué fue primero?… Esta pregunta ha plagado a filósofos por siglos. La Biblia establece que Dios creó a las aves con la habilidad de reproducirse conforme a su misma especie.

 

Siento tener que decir esto, pero eso del huevo y la gallina es más trasnochado que los chistes de Chiquito de la Calzada. Entre los huevos, las gallinas y el puñetero eslabón perdido, el retraso de esta gente suma unos cuantos siglos. El dilema del huevo o la gallina es un asunto que atrajo a filósofos antiguos en su intento de explicar el origen de la vida, pero que precisamente bajo el estudio de la biología evolutiva pierde bastante sentido, dado que la evolución representa un proceso que difícilmente permite establecer fronteras claras entre una especie y su/s especie/s descendientes. El número de generaciones que transcurren hasta que una especie se separa filogenéticamente de otra, imposibilitan establecer un momento puntual a partir del cual A pasa a transformarse en B. La evolución es una película en movimiento y, aunque estos creacionistas todavía no se hayan enterado, la biología evolutiva no postula que de un huevo de dinosaurio emergiera una avestruz.

No obstante, y entrando al trapo, el redactor ha metido aquí la pata hasta la cadera. Si la Biblia establece que fue primero la gallina, la ciencia dice todo lo contrario. Diversos especialistas se han manifestado con respecto a este anecdótico tema de forma inequívoca: «El organismo vivo en el interior del huevo tenía el mismo DNA que el animal en el que luego se convertiría, por lo que la primera cosa viva que podemos calificar sin temor a equívocos miembro de esa especie es el primer huevo», dice por ejemplo el Dr. John Brookfield, especialista de genética de la evolución de la Universidad de Nottingham (Inglaterra).

 

El ADN completo de un organismo no puede ser transformado después del nacimiento. Cuando un individuo sufre una mutación, ésta no aparece simultáneamente en todas las células de su cuerpo. Por ello, un ser humano no muta a los 30 años y de repente se le alarga el cuello o desarrolla agallas. Las mutaciones que transforman a todo el organismo son aquellas que se dan en los gametos, y no transforman al que la ha sufrido, sino al descendiente que se desarrolla a partir del gameto mutado (la única excepción a ésto es cuando la mutación se produce en el mismo zigoto o en las primeras divisiones mitóticas de éste). Por ello, un fenómeno mutagénico masivo, como la radiación producida por una explosión nuclear, contaminantes químicos o biológicos, etc., producen tumores y diversas patologías en sus portadores, pero las malformaciones aparecen en la descendencia.

Por lo tanto, la primera ave que en el transcurso de la evolución se convirtió en lo que hoy llamamos una gallina existió primero como embrión en el interior de un huevo. O, trasladado al absurdo, si de un huevo puesto por un dinosaurio hubiera nacido una gallina, el huevo sería de gallina, no de dinosaurio.

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13. Apocalipsis 4:11 El Dilema de las Proteínas o el ADN. Para los evolucionistas el dilema de la gallina o el huevo sigue, ya que las gallinas y cualquier otro organismo consisten de proteínas. El código de ensamblaje para cada proteína está dentro del ADN, sin embargo, para la propia fabricación del ADN se requiere de proteínas. Entonces, ¿qué fue primero las proteínas o el ADN? La respuesta Bíblica es que ambos fueron creados al mismo tiempo.

¡Y dale con el huevo!

Aquí, pretendiendo hacer gala de una aplastante superioridad dialéctica, se recurre al viejo truco de utilizar algo que desconocemos para rellenarlo de dioses. Pues va a ser que no cuela.

La primera trampa de este supuesto «hecho científico corroborado por la Biblia» es que este libro no dice nada sobre ácidos nucleicos o proteínas. Y no lo dice, entre otras cosas, porque hace 2.000 años no se sabía que existían. El autor, realizando un verdadero ejercicio de caradura epistolar, pretende que el relato de la costilla de Adán explica el dilema del origen de las moléculas con capacidad de autorreplicación. Según esta forma de corroborar hechos científicos, la religión azteca, musulmana, maya, griega, romana y unas cuantas más, son tan científicas como la basada en la Biblia. En la antigüedad debía ser vox populi eso del origen del ARN…

Además, y como en el resto de «hechos», estas aseveraciones son inexactas, cuando no disparatadas y malintencionadamente manipuladoras. Efectivamente, no sabemos con exactitud cual fue la primera molécula con capacidad de autoreplicación. De igual forma que no sabemos con certeza si existe el Bosón de Higs, que ocurrió en los primeros milisegundos después del Big-Bang o cómo curar la artrosis. Sin embargo, ninguna de estas incógnitas es una prueba de la existencia de Júpiter, de Jehová o del Ratoncito Pérez. De igual forma que el que no sepamos cuantos planetas enanos hay más allá de la órbita de Plutón no demuestra que existan los unicornios de color verde.

Hipótesis del «mundo de ARN»

Hipótesis del «mundo de ARN»

No obstante, tenemos pistas y escenarios muy posibles sobre estas primeras moléculas. Lo más probable es que las primeras moléculas con capacidad catalítica y autorreplicadoran fueran RNAs o análogos donde la ribosa es sustituida por treosa, glicerol, acroleína o eritrol, más estables y energéticamente más económicos de formar que el propio ARN, o incluso otras alternativas como péptidos unidos a bases nitrogenadas que formaran polipéptidos con propiedades de ácidos nucleicos. La selección posterior habría ido favoreciendo aquellos políemeros con mayor cantidad de ribonucleótidos, lo que habría originado un «mundo de ARN». Los análogos del ARN (así como posteriormente el propio ARN) habrían sido capaces de realizar las primeras síntesis proteicas a partir de aminoácidos activados, proteínas que a su vez podrían haber desempeñado una función importante en la selección positiva de los ARN.

No obstante, se trata como decíamos al principio de un proceso altamente especulativo, sobre el que queda mucho por investigar. Atribuir el ADN a la acción del martillo de Thor mientras buscamos una explicación más racional puede consolar ciertas incertidumbres existenciales, pero poco más.

 

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