jueves, 7 de abril de 2022

El Ser Imaginario - Capítulo 19

El Ser Imaginario - Capítulo 19 (Conclusiones) 

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“Día vendrá en que el engendramiento de Jesús por el Supremo Hacedor como su padre, en el vientre de una virgen, será clasificado junto a la fábula de la generación de Minerva en el cerebro de Júpiter.”
 Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos de América. (1743 - 1826)

A lo largo de este relato, he identificado y analizado diferentes aspectos de dos males profundamente arraigados en la sociedad, que, a su vez, devienen uno del otro; la creencia en seres irreales y el sistema más falaz y dañino que el ser humano ha creado y padecido: la Religión.
 
Sobre la posibilidad de la existencia de Dios, debemos entender que no hay motivos ni evidencias para creer que sí, mientras que existen muy buenas razones para pensar que no. Dios pasa a ser un objeto indefinible, imposible de afirmar o desmentir desde lo fáctico, ya que su posibilidad de ser verificado es nula. Debemos entonces ubicar la idea de éste, dentro de la categoría de insensata e inverosímil.
 
La Religión es un fenómeno social, por lo tanto, es imposible comprenderla sin estudiar los procesos socioculturales que le dan forma. Es también un indicador de la salud intelectual de una sociedad, ya que podemos valernos de ella para obtener un registro de qué tan dogmática es la cultura en cuestión. El ateísmo por ejemplo, está fuertemente concentrado en los países desarrollados. En los países en vías de desarrollo, la densidad de ateos es insignificante, al igual que en aquellas poblaciones con un promedio de edad alto. Estos datos, nos dan la pauta de qué tan relevante es la religión como factor de análisis de una sociedad.
 
La Religión, no se define sólo por la creencia en una trascendencia, sino más bien por los valores impuestos como positivos y negativos inherentes en la concepción religiosa. La idea de la deidad, el Dios como objeto de adoración, es lo único posible de ser concebido por sobre el hombre y la noción del mismo; es una idea tan antigua que pretender racionalizarla es en la gran mayoría de los casos; fútil.
 
La divinización de los objetos, surge en la antigüedad como una manera de idealizar la imagen femenina, representación de la fertilidad y la protección. Posteriormente, esta idea es adoptada por las religiones occidentales, y se modifica la imagen femenina por modelos más acordes con una sociedad donde el patriarcado es la pauta. La imagen femenina, pasa a ser reemplazada por un Dios unipersonal, hombre; siendo, ya no una entidad física, sino más bien una concepción que unifica los conceptos ideales concebidos para estas sociedades emergentes.
 
Para Durkheim, sociólogo francés, la Religión no persigue un fin de conocimiento, sino más bien una función social, no hay en ella una realidad divina o trascendente que transmitir, sino un modelo que se corresponde con la naturaleza social a la cual pertenece. Durkheim también sostiene, que toda forma de culto es una expresión de los miedos o misterios que el ser humano concibe, siendo la religión su extrapolación en el ámbito social.
 
¿Qué tenemos entonces?
 
Parámetros ancestrales que no pueden analizarse sino en base a su propia naturaleza, misma que no responde a la razón, ya que no pertenece al mundo de lo concreto; sino que es la representación del desconocimiento del hombre antiguo. Un sentido de trascendencia y divinidad que proviene de conceptos obsoletos y para nada acordes con una cultura donde los desarrollos tecnológicos y el apego al conocimiento son las pautas del desarrollo de las sociedades. Una respuesta a los parámetros que la sociedad ha impuesto, los que, paradójicamente, no le permiten superarse a sí misma, por ser justamente el motivo primero de un estancamiento muy terrenal; pero proyectado en ideales sobrenaturales. (1)
 
No se trata de un dilema que enfrenta al teísmo con el ateísmo, más bien se trata de la puja entre oscurantismo y racionalidad, entre un placebo mental que nos limita como seres racionales y un sistema de pensamiento basado en el sentido común y la valoración del ser humano por sus propios méritos. Es en pocas palabras, se trata de tomar conciencia de nuestras capacidades y sencillamente ponerlas en práctica para obtener beneficios y un futuro próspero y realista para nuestra especie.
 
Podemos decir también que esta batalla incesante y surrealista entre racionalidad y estancamiento intelectual, que ya ha superado las barreras históricas, imponiéndose como una constante en la humanidad; debe ya llegar a su fin.
 
Podríamos pensar que la Religión, indistintamente de existencia de Dios, nos brinda reglas morales sin las cuales no podríamos tener una sociedad ordenada; pero esto es falso. No existe moral objetiva válida, ya que la moral no funciona por imposición, sino que nace en el interior de cada ser pensante. O como lo diría Ayn Rand:
“Un "mandamiento moral" es una contradicción en los términos. Lo moral es lo escogido, no lo forzado; lo comprendido, no lo obedecido. Lo moral es lo racional, y la Razón no acepta mandamientos.”
 
El concepto de religión es obsoleto e innecesario, se trata de un sistema de pensamiento arcaico y poco realista, que impide el avance de las sociedades, imponiéndoles un pensamiento más acorde con estadios primitivos del desarrollo humano, que con las necesidades de nuestra era. La religiosidad, es erróneamente relacionada con bienestar y paz, cuando es más bien promotora de violencia e intolerancia. Tanto el concepto de “Dios” como el de “Religión”, son obsoletos y opuestos al sentido común. Transforman al ser humano en dependiente de una idea falsa, misma que supone el camino hacia una salvación hipotética, pero en definitiva, tan fantástica como la idea que le da origen.
 
Las religiones y su concepción de Dios, son también contrarias al desarrollo de las sociedades, ya que no validan el mérito por el esfuerzo realizado por el hombre, mientras que sostienen un discurso arcaico de adulación a toda clase de seres imaginarios que se supone son los causantes de nuestro bienestar.
 
El único parámetro lógico para discernir sobre nuestra naturaleza y origen, debe ser la racionalidad, y en función de ella, podremos finalmente abarcar nuestro dilema existencial; ya basados en lo absolutamente concreto y alejados de toda superstición.
 
Podríamos pensar que nuestro temor a estar solos en el Universo, sin pautas que seguir, ni sentido alguno de la vida; explicarían el por qué de la necesidad de inventar un creador y seguir una moralidad, que, a fin de cuentas, no es sino una de las tantas manipulaciones intelectuales que el ser humano ejerce sobre su misma especie. Pero, aunque algunas personas así lo crean, el verdadero motivo por el que la gran mayoría de personas en la actualidad considera necesario creer en lo inexistente, tiene más que ver con consideraciones culturales, políticas y económicas, que con un sentimiento genuino en última instancia. Retrocedamos hasta el capítulo 7:
“Las religiones necesitan de la pobreza, ya que se nutren de ella, así como de la ignorancia que conlleva. Sencillamente, no hay mejor presa que las personas poco instruidas. Después de todo, ¿no es acaso razonable, que la porción de la sociedad con menor acceso a las herramientas de análisis, sea también la más permeable de aceptar un sistema opuesto a la obtención de fundamentos sólidos?”
 
Estamos frente a un dilema educacional, intelectual y a fin de cuentas también económico. Las religiones organizadas lucran con el desconocimiento y la ausencia de cuestionamiento de personas que, en última instancia, no son sino víctima de las incertidumbres que los propios sistemas socioeconómicos les deparan y del escaso acceso a opciones para una mejora en su situación de precariedad.
En los países más carenciados, no existe resistencia de ningún tipo a los cultos religiosos, es más, en algunos de ellos, el Estado se ocupa de inculcar las creencias, ya que éstas se consideran herencia cultural y su legitimidad o valor moral se dan por sentados.
 
La manipulación de las masas no intelectualizadas, es una de las herramientas que permiten a los cultos perpetuarse impunemente sin regulaciones de ningún tipo. El manipulado, asume que su creencia es verdadera, la difunde, y contamina al resto. No es necesario comprender cada proceso manipulador en profundidad para reconocer el inmenso fraude.
 
Podemos afirmar que el pensamiento escéptico, responde al requerimiento primario de nuestra naturaleza racional. Es también, el sistema de pensamiento que más acerca al hombre a su verdadera naturaleza; es una revalorización del hombre por sus propios méritos, así como el reconocimiento de su intelectualidad y capacidad de transformación del medio para su propio bienestar.
 
Todo conocimiento, idea o sistema doctrinario, debe ser susceptible de análisis y consecuentemente de valorización en cuanto a la relevancia que, como aporte para la humanidad, éste posea. Así como Aristóteles, Platón y muchos otros han sido superados con el tiempo; debemos de tal forma entender que todo conocimiento es reciclable de acuerdo al momento histórico. Por ello, debemos también debemos cuestionar nuestras creencias. Si podemos superar el conocimiento adquirido de pensadores de la talla de los nombrados; ¿cuánto más debemos analizar con objetividad nuestros mitos inculcados?
 
Desde el comienzo de nuestra historia religiosa, hace ya miles de años, tanto el cristianismo como tantos otros credos, han ido mutando, adaptándose e imponiéndose; muchísimas veces por la fuerza. Es un hecho, que actualmente el ateísmo y el agnosticismo, son socialmente más aceptados que unos siglos atrás, cuando la descreencia era juzgada con dureza y no había posibilidad alguna de difundir ideas contrarias a la Iglesia o cualquier otra doctrina religiosa imperante. También es cierto que hemos sido testigos de una innegable decadencia de los cultos religiosos. Estadísticas donde se evidencia un creciente escepticismo, así las innumerables publicaciones de diferentes cultos que intentan convencer a potenciales adeptos con promesas de la más variada índole; son prueba indiscutible de ello.
 
En lo personal, considero que la decadencia religiosa y el subsiguiente alejamiento del mito, proceso que paulatinamente se transformará en olvido, es un resultado inminente del progreso intelectual de nuestra especie. Hoy día, no hay ya posibilidades, como si las hubo en otras épocas, de que nuevas creencias surjan, dado el altísimo desinterés que las personas demuestran por las religiones a medida que el conocimiento se deja asimilar. Además de lo cual, es imposible que el desgaste de los cultos religiosos no dé sus frutos, y los éstos terminen por convertirse en meros recuerdos del pasado.
 
Mi hipótesis no se basa en un cambio inmediato, hablo de generaciones; tal vez siglos. El ser humano tiene potencial, sólo debe desligarse del lastre de la superstición y avanzar hacia un futuro regido únicamente por la razón en lugar de supeditarnos a subsistir para alcanzar metas imaginarias, inmorales e intelectualmente limitantes para la humanidad.
 Las creencias no se discuten; las ideas sí. Ambas son enunciados que las personas consideran ciertos, sólo que siendo una especie racional, las ideas se corresponden con nuestra naturaleza inquisitiva; mientras que las creencias sólo confieren un carácter supersticioso a nuestro entender del mundo.
 
Si la ausencia de cuestionamientos define al supersticioso, y, a grandes rasgos, podemos decir que la asimilación cultural de criterios religiosos es una muestra de ello; entonces esto significa que las sociedades no poseen autonomía real (al menos ideológica) de las doctrinas religiosas. Esto nos lleva a evaluar qué tanta relevancia damos a nuestros conocimientos, como para que la visión del ser humano continúe anclada al primitivismo intelectual que las religiones pregonan.
 Podríamos pensar que esto es algo que no podemos evitar, pero; ¿Por qué? ¿Qué está en juego? Seguramente nuestra independencia ideológica, pero en definitiva, y a fin de cuentas; nuestra dignidad.
 
Debemos romper las ataduras con la superstición, evitar el avasallamiento ideológico y enaltecer el valor del conocimiento objetivo, para legitimar de una vez y para siempre el fundamento de los derechos que se conceden al hombre: su calidad de digno y merecedor de los frutos de su esfuerzo; sin fe, sin lineamientos morales absurdos y en concordancia con su capacidad como ser pensante. Debemos retornar a nuestras bases racionales, y, al igual que el filósofo griego Protágoras entendía; reconocer que el hombre es la medida de todas las cosas: de las que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son; así como reconocer que no hay existencia divina posible que nos conste o nos sea relevante…
 
La religión es, en sí misma, una negación del derecho a ser felices, a ser intelectualmente libres para interpretar el mundo por nuestros propios medios y reconocernos capaces de hacer un futuro a nuestra medida. La religión, acostumbra al ser humano a obviar el disfrute y lo sume en culpas que son el medio para la domesticación de los instintos.
 
¿Existe algo más relevante en términos de dignidad que la necesidad de ser libres? ¿Podemos obviar nuestros deseos de llegar hasta las últimas fronteras existentes en nombre del desconocimiento?
 
El hombre no puede ni debe aceptar parámetros que lo limiten, que lo subyuguen y le impidan realizar la meta de transgredir toda frontera existente en favor del conocimiento y el desarrollo social, cultural y tecnológico; mismos que lo catapultarían como especie y definirían sus logros en este mundo.
 
La dignidad no es un valor inherente a nuestra especie como nos han hecho creer; podemos perderla o conservarla, sólo depende de qué tan preparados estemos para afrontar el reto y reconocernos capaces de ejercitar el derecho de tomar nuestras propias decisiones; apoyados en la razón como eje de las mismas, es decir: ejercitar nuestra autonomía intelectual y definirnos como seres pensantes. El único bien posible para la humanidad se encuentra en la aceptación y puesta en práctica de una absoluta e innegable soberanía sobre su propio destino, el reconocimiento de su derecho a ser libre y la negación de toda concepción insensata.
 
Si la realidad es el parámetro de la cordura, la superstición es la pauta del insensato, y esa insensatez nos ha puesto en un dilema que implica rechazar el conocimiento adquirido, con el único fin de alimentar un sistema destructivo.
 
Toda concepción divina nos es ajena, ya que no existe -a nuestro entender- tal cosa como lo divino. Nuestras vicisitudes son de naturaleza material, y, en el peor de los casos, emocional. Cualquier necesidad de dioses o deidades, no hace más que retrotraernos a nuestra infancia, cuando todo lo mágico e inexplicable suplía a las soluciones reales. (2)
 
La imposibilidad de alcanzar el conocimiento absoluto, aquel dilema que, sumado a la ignorancia y la precariedad intelectual, ha impulsado la búsqueda de consuelos fuera de este mundo; suele ser el punto de partida de quienes no admiten que las dudas pueden gobernar nuestro entendimiento. Sin embargo, no todo está perdido. Paulatinamente, las sociedades se alejan de la idea de Dios e ignoran los discursos religiosos, comprenden que la razón es la verdadera herramienta para el desarrollo humano, y reconocen que la Ciencia ha hecho por nosotros -en unos cuantos cientos de años- más que todos los mitos imaginados durante la historia.
 
Llegará el día en que la superstición quedará relegada por el conocimiento, la "Verdad Divina" será reemplazada por la veracidad, y el sistema nefasto que hemos dado en llamar "religión", aquel que adormece la mente humana y sofoca las ansias de superación, pasará a ser tan sólo un recuerdo, el remanente de un oscurantismo cuyos últimos reductos fueron la ignorancia y el conformismo. Recién entonces, la luz del conocimiento se abrirá paso a través de la neblina de la fe, y el discurso insolente del crédulo, será silenciado por la contundencia inobjetable de la razón. Ignorando desde entonces todo presagio, castigo divino o maldición, que alguna vez se haya pretendido imponer a los hombres, y enalteciendo uno a uno los valores humanos, seremos testigos del nacimiento de una nueva civilización de hombres libres, dignos y valientes, cuyas voces se alzarán en un sobrecogedor clamor por la razón y la dignidad, negándose ya a tolerar los atropellos de sistemas fundamentalistas, obsoletos y asesinos, que otrora impusiera la más absurda y salvaje doctrina, con el único fin de perpetuarse a costa de embrutecer, dividir, y, en definitiva, menospreciar al ser humano; amparados en la absurda idea de una divinidad, engendrada por el miedo, perpetuada por la ignorancia y desmitificada por la facultad más maravillosa que la Evolución nos proporcionó: la razón. (3)
 
La humanidad seguirá avanzando, desarrollándose y definiendo metas, mientras que quienes queden relegados en el mundo fantástico que las religiones tan efectivamente han diseñado, seguirán anhelando la salvación, que algún mesías imaginario les propone desde lo más recóndito de sus propias mentes.
 
1. Desde la antigüedad, el hombre ha especulado con seres sobrenaturales para explicar lo que su precariedad no le permitía comprender. Los interrogantes sobre el origen y la naturaleza de nuestra existencia, así como el ansia del conocimiento absoluto, han sido las motivaciones para imaginar soluciones ante aquello desconocido o incomprensible. El hecho de que algunas culturas -aisladas- desarrollaran la idea de Dios, no significa que fueran motivados de la nada para creer en él, como si éste fuese algo implícito en la consciencia humana. Esto en realidad, tiene mucho más que ver con el “primitivismo intelectual”. El hombre, en situaciones de precariedad, busca soluciones sobrenaturales, por este mismo primitivismo. Allí surge la divinización de los objetos y de la naturaleza misma.
 
2. El ser humano nace con un desconocimiento absoluto de la realidad. Adquiere una idea sobre ésta, a partir de la observación. Por ejemplo, una persona que nace en la selva, corrobora la existencia de su entorno, pero de ningún modo puede suponer la existencia del mar. Dar por sentado su existencia sería erróneo, porque del mismo modo que supone la existencia de un mar de agua salada, también podría "creer" en un mar de agua dulce, un mar de plomo fundido etc.
 
3. En su obra, “Filosofía del Ateísmo” del año 1916, Emma Goldman escribió. "¿Cómo devolver a la gente la idea de Dios? Es la pregunta de todo teísta. Puesto que la Religión, "la Verdad Divina", las recompensas y castigos, son las marcas de fábrica más grandes, las más corruptas, la industria más poderosa y lucrativa en el mundo; la industria que sirve para adormecer la mente humana y sofocar su corazón."

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