El Ser Imaginario - Capítulo15 (Un Misterio Basado en Ausencias)
(Afianzamiento de las creencias, segunda parte)
"Es bien sabido que el sentimiento de impotencia frente a las fuerzas desconocidas, ha propiciado históricamente un aumento de la religiosidad.”
Witold Kula, científico social, historiador y economista. (1916 - 1988)
Desde niños, nuestro mundo se nos revela de manera paulatina. ¿Cómo podemos conocer sobre nada hasta que lo experimentamos? Sencillamente no podemos; sólo por medio de las experiencias se corroboran los hechos de la vida. Diremos que tenemos conocimiento directo de algo cuando sabemos sensorialmente de ello. El conocimiento, sólo puede construirse a partir de la manifestación de los sentidos al respecto del objeto o situación en cuestión. (1) Esto se verifica cuando los niños crecen y dejan de creer en Santa Claus o los Reyes Magos, ya que el incentivo para creer en éstos desaparece y no existen tampoco motivos que ameriten sostener la creencia. No sucede lo mismo con la creencia en Dios, la cual, a pesar de pertenecer a la misma categoría que los anteriores, continúa siendo fomentada y legitimada por la gran mayoría de los padres.
Sin embargo, ceñirse a parámetros educacionales, no define nuestra creencia; la prueba de ello, es la inmensa cantidad de ateos que provienen de familias religiosas. Entonces, si entendemos que la educación no es suficiente para, por sí sola, definir una creencia en el individuo, y la verdadera elección subyace dentro de éste; ¿Cómo es posible entonces que tantas personas anulen sus facultades críticas y opten por creer en lo increíble?
Tal vez la respuesta sea inabarcable, ya que cada sujeto es definido por experiencias personales que le imprimen una manera única de percibir el mundo. De todas formas, todo creyente practicante, está expuesto a los mismos mecanismos.
La Iglesia Cristiana, posee reglas que no están sujetas a modificación, estas reglas se dan en llamar dogmas. Un dogma, es un enunciado ajeno a cualquier tipo de revisión o crítica. Uno de ellos, tal vez el más utilizado, es el llamado “Misterio de la Voluntad de Dios”.
Cualquiera puede simplemente afirmar que no puede ver a Dios, oír a Dios o simplemente no posee evidencias de la manera en que éste actúa sobre su vida. Entonces, la hipótesis más natural, al menos en lo que se refiere a lo sensorial, sería afirmar que, a primera vista, éste no existe. Basado en tal análisis, sería lo más lógico, después de todo; ¿Por qué debemos creer que Dios existe si no podemos verlo, oírlo ni percibirlo de manera alguna? (2)
El ser humano forma grupos y socializa, tal es su naturaleza. Cada grupo humano, funciona de acuerdo con roles dentro de la estructura social. El entorno familiar, en particular, es el responsable de moldear la personalidad, así como de fomentar o desalentar la credulidad del niño. Quien provenga de una familia de creyentes fundamentalistas, tales como quienes adhieren al Opus Dei o los anglicanos, será probablemente mucho más crédulo y supersticioso que quien provenga de una familia católica promedio, ya que los primeros funcionan de una manera mucho más dogmática. A su vez, quien que provenga de una familia católica, será más crédulo y supersticioso que quien provenga de una familia atea, por la misma razón.
Desde niños, estamos expuestos a todo tipo de mitos religiosos y creencias populares, pero esto no garantiza la asimilación de tales supersticiones, ya que, en el proceso de evaluación de nuevas estructuras mentales, entra en juego también el escepticismo, sobre todo en la adolescencia, cuando muchas de las ideas inculcadas son revisadas y eventualmente desechadas. Incluso cuando adoptemos estas ideas en la niñez, posteriormente reflexionamos y nos vemos forzados a reconocer que es posible que haya alguna duda al respecto de lo que suponemos existente. Por más pequeña que dicha duda pueda ser y considerando nuestra inclinación natural por el cuestionamiento, es lógico suponer que nos persuadimos de las creencias a sabiendas de lo falibles que éstas pueden ser en última instancia.
Si las causas sociales y los mecanismos del sistema no son garantía de adoctrinamiento; ¿Cuál es entonces el motivo primero del mito? ¿Existe algún otro factor que permeabilice al ser humano de adoptar sistemas de pensamiento no racionales?
Evidentemente, existen otros factores que contribuyen a incentivar la creencia en seres sobrehumanos, mismos que suponen una alternativa al vacío que plantea la muerte y la ausencia de expectativas ante la inexistencia física.
La Ciencia, a diferencia de las religiones, no ofrece una salvación o esperanza de vida después de la muerte. El mito, a pesar de carecer de veracidad, alienta la idea de un ser que nos ama y tiene un plan para nosotros, así como la promesa de una vida eterna. A fin de cuentas, la idea de Dios crea en las personas una ilusión de inmortalidad, la esperanza de ser parte de un plan cósmico; el anhelo de no estar olvidados y abandonados a su suerte.
El razonar, no es una capacidad que se adquiera repentinamente; nuestro razonamiento, es el resultado de millones de años de evolución y nosotros somos el fruto de ella. Pero, de todas formas, la razón no suele ser la pauta que defina nuestro accionar diario, sino tal vez las pasiones y el instinto. El hombre se aleja de la razón para explorar lo que le es ajeno, se abstrae del sentido común y recobra sus pautas de funcionamiento más primitivas.
Nuestra relación con el conocimiento directo de las cosas que existen, es un conocimiento basado en la sensación, en los datos de nuestros sentidos, pero estos datos también abarcan nuestras pasiones, pensamientos y sentimientos.
Retrocedamos hasta el Capítulo Cinco:
“Todo objeto imaginado es real en un sentido parcial, dentro de la mente de quien lo imagina, e irreal en un sentido más objetivo; en la realidad demostrable. Aquí se contraponen dos concepciones antagónicas, lo verificable: objetivo, concreto y tangible, y aquello que es real sólo de un modo conceptual: subjetivo, incomprobable e intangible. En este sentido, la concepción de la realidad se torna ambigua. Esto es consecuencia de nuestra percepción del mundo, una basada no sólo en la razón, sino también en las emociones.”
Nuestros deseos y sentimientos, juegan un papel fundamental en la adopción de creencias y mitos. De hecho, el entendimiento parte de la concepción de nosotros mismos, es decir, de la comprensión de nuestra propia humanidad, y, siendo que ésta nos define en cuanto a cómo percibimos el entorno; no podemos comprender lo externo en total abstracción de nuestras pasiones, deseos y proyecciones mentales.
Además de nuestro conocimiento directo de las cosas que existen, tenemos un conocimiento basado en construcciones mentales, en la idea de aquello desconocido, y tal conocimiento, está altamente influenciado por los preconceptos que de lo desconocido hemos formado. No tenemos una imagen mental de Dios, de hecho, sería imposible tenerla; Dios no es una entidad o un objeto, sino una construcción de nuestro preconcepto de cómo pensamos que tal entidad debería ser.
La convivencia con los mitos, ha provocado que la razón se pondere sólo en ámbitos propios de eruditos. Las pasiones y superficialidades han resultado mucho más seductoras para al ser humano. Pareciera no haber ya en él, ánimos de conocimiento ni de superación intelectual, y, salvo casos puntuales, la brillantez del raciocinio, no es sino un paradigma que se aplica únicamente a una “aristocracia intelectual”.
En muchas ocasiones prescindimos de la razón, y lo hacemos a sabiendas, como quien asume una mediocridad asimilada y sumamente reconfortante; una que alimenta en el hombre el ansia de buscar la verdad a tientas y nunca abandonar la visión supersticiosa del mundo.
¿Qué hay en las pasiones para el hombre? Tal vez no mucho, salvo la esencia del primitivismo que, de hecho, no le es del todo ajeno.
Poseemos todas las características para ser una maravilla del intelecto; criaturas meramente inquisitivas, por demás eficientes y sumamente escépticas y prósperas. Tal vez las incertidumbres han contribuido con nuestra necesidad de divinizar aquello que no se sabe existente, pero que cumple con los requisitos de una criatura no tan racional, intuitiva y en extremo supersticiosa: el mismo ser humano.
1. Para el empirismo, el conocimiento sólo se construye a partir de la experiencia. No existen ideas innatas, la experiencia es el único medio de construcción intelectual.
2. Desde Epicuro, sabemos que la experiencia sensible es el criterio de verdad más razonable. Epicuro postulaba que los sentidos son el medio, el único medio para la adquisición de conocimientos. Respecto al conocimiento, Epicuro sólo considera reales las cosas que pueden ser captadas por los sentidos, única forma válida de conocimiento. De allí se desprenden sus tres criterios de verdad: la sensación, la anticipación y la afección.
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