El Ser Imaginario - Capítulo 14 (El Mito Reemplaza a la Realidad)
(Afianzamiento de las creencias, primera parte)
“La razón por la cual los mortales están tan sujetos al miedo, es que ven toda clase de cosas que suceden en la tierra y en el cielo sin causa discernible, y las atribuyen a la voluntad de un dios.”
Lucrecio, poeta y filósofo romano. (99 – 55 AEC)
Imaginemos un juicio: el jurado, los alegatos y el acusado en cuestión. ¿De qué manera es posible demostrar la culpabilidad o inocencia del sujeto? Existe una sola respuesta posible: evidencias. De hecho, cada cosa en la vida requiere de evidencias para ser aceptada como cierta. ¿Por qué entonces cuando se trata de creencias religiosas, funcionamos de manera diferente? ¿Posee el ser humano alguna herramienta para distinguir la realidad de la fantasía? La respuesta es afirmativa, pero, de hecho, las creencias prescinden de la demostración.
Cuando las creencias se instalan de manera sólida y consistente, la mente no tiene en cuenta las experiencias que no cuadran con ella, por tanto, el normal desarrollo del proceso cognitivo, queda totalmente anulado, y el individuo pasa a estar condicionado por su sistema de creencias. (1) El conjunto de creencias, imágenes y sensaciones, constituye un modelo mental mediante el cual el sujeto afectado comprende la realidad; entonces, las experiencias se adaptan indefectiblemente a dicho sistema, ya que, la creencia pasa a validar la realidad, en lugar de la realidad definir la sensatez de la creencia.
Si fuéramos seres estrictamente racionales, sólo tendríamos por ciertas, aquellas cosas que se basan en premisas verdaderas; en argumentos sólidos y verificables, sin embargo, tendemos a hacer justamente lo contrario. En muchos casos, las conclusiones a las que llegamos, se sostienen buscando razones para creerlas ciertas, en lugar de creerlas ciertas basándonos en las razones que definen tal condición. Las creencias, no son la excepción a la regla; incluso podemos pensar que no existen razones para “creer”, sino motivos para indagar sobre los fundamentos de todo aquello que suponemos cierto desde nuestra concepción de lo desconocido. Pero la inquietud por indagar o descubrir, no es, aparentemente, algo que pongamos en práctica a menudo.
Cuando las proposiciones se afirman como ciertas o innegables y los criterios no están sujetos a verificación, nos tornamos intelectualmente sumisos e inactivos; es entonces cuando aplacamos nuestras dudas reafirmando, ya no lo que sabemos, sino lo que suponemos.
Desde pequeños, nos identificamos con quienes nos rodean, primeramente con nuestros padres, luego con familiares y más tarde con amigos y parejas. Cuando las creencias son determinadas por los padres, estamos frente a la herramienta de divulgación más poderosa que la religión posee: el adoctrinamiento prematuro. (2)
La necesidad de identificación que los niños experimentan con sus padres, no les permite ejercer juicio crítico sobre las ideas transmitidas por éstos; mismas que se dan por sentado, ya que no pertenecen a una naturaleza diferente de la que ellos identifican como la realidad objetiva de la vida. Un claro ejemplo de ello, es la creencia en Santa Claus o los Reyes Magos; ninguno de ellos existe, pero el niño los racionaliza como reales, sin requerir evidencia alguna, dado que sus padres así se lo han trasmitido desde pequeños.
El niño, no ejerce juicio crítico basado en la experiencia, sino que adopta como verdades incuestionables, lo aprendido de sus padres a temprana edad, es decir: cree por legitimación del emisor. Este es uno de los mayores e innegables males que la transmisión cultural causa en las personas: las neutraliza, anula su identidad intelectual y los priva de la potestad sobre sus decisiones.
En su gran mayoría, estos niños se transformarán en personas incapaces de atribuirse el mérito de sus propios logros. De la misma manera, adjudicarán situaciones adversas, a razones o designios sobrenaturales. Este funcionamiento, será incluso alentado por el sistema religioso, ya que la religión jamás fomenta el discernimiento, dado que no le reditúa el pensador, sino aquel que cree por desconocimiento y convencimiento.
Aquí, intervienen también los paradigmas que los adultos transmiten al niño, como la “fe” y la “salvación”, criterios que, aunque ajenos a cualquier contenido educativo, son presentados como fundamento y garante de moralidad. Se trata de premisas inculcadas desde un planteo ajeno a la realidad del hombre; uno que le ofrece la credulidad como garantía de salvación. La fe, no representa la liberación de las injusticias sociales y económicas que nos aquejan, ni la instauración de un sistema político más acorde con nuestra humanidad o condiciones menos especulativas y funestas. Los paradigmas cristianos, representan la restauración de la relación con aquello que no podemos conocer ni verificar, la absoluta nada: Dios.
La única manera de ser salvo desde la visión cristiana, es a través de la anulación de las dudas, de la aceptación de Dios, incluso sin evidencias. No hay posibilidad de cuestionamientos o fundamentación para la creencia, si la condición para ser salvo radica en el reconocimiento de la negación de la razón. ¿Debemos acaso suponer que Dios pretende un ejército de adoradores insensatos, incongruentes con su propia naturaleza y permeables a ser manipulados de las más aberrantes formas imaginables, para luego premiar este proceder?
Nuevamente, estamos frente a un sistema irracional, que premia la credulidad en lugar de favorecer la libre elección, que alimenta la negación en lugar de tomar la realidad como punto de referencia y proponer soluciones a los males terrenales. El cristianismo, es uno de los mayores promotores de conformismo y credulidad en el ser humano.
En el Génesis, Dios ofrece a Adán y Eva la opción de comer o no el fruto del Árbol de la Ciencia; claro que si lo hacen, habrá consecuencias. La prohibición y el potencial castigo tienen el propósito de servir como advertencia para prevenir que el hombre traspase los límites del mandato divino, y Dios lo expresa de la siguiente manera: “Porque el día que de él comiereis, ciertamente morirás”. Si comer el fruto implica tomar conciencia de sí mismos, deducimos entonces que el castigo consiste en ser expulsados de una fantasía creada para evitar que la autonomía intelectual de Adán y Eva aflorase como consecuencia de un deseo de independencia.
Esta negación del valor del conocimiento, evidenciada en el sentido más literal con la prohibición de tomar el fruto del árbol prohibido, no hace más que recordarnos cómo debemos servir a Dios: alejados de toda consciencia de nosotros mismos y totalmente despojados de nuestra autonomía intelectual. ¿Y qué sucede con Adán y Eva al desobedecer a Jehová? Sencillamente son desterrados del amparo de su creador, ya que han adquirido una moral propia, la potestad sobre su actuar y la consciencia de ser responsables de sus propios actos.
La insignificancia en que la humanidad se sume para venerar a un dios del cual nada sabe, es, a grandes rasgos, la sublimación de la mediocridad, la negación del sentido de nuestra existencia y el precio a pagar por imaginar placebos y refugios imaginarios que nada nos dicen de nosotros mismos. Llamarse creyente, equivale a reconocerse insignificante y carente de voluntad para enfrentar la realidad y descubrir las respuestas por uno mismo.
1. Ayn Rand solía afirmar, que no se necesitan conocimientos específicos para percatarse de la inexistencia de Dios. De hecho, cualquiera puede, sin demasiado esfuerzo intelectual, llegar a tal conclusión.
2. Los niños, a causa del desconocimiento sobre los hechos de la vida y la identificación que sufren con sus mayores a temprana edad, son quienes menos juicio crítico ejercen sobre las ideas a las que están expuestos. Ellos legitiman al emisor en lugar de evaluar el mensaje.
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