Historia de la geología del diluvio (I): Antigüedad-Siglo XVIII
La geología de Inundación, de la creación o diluvial, es la interpretación de la historia geológica de la Tierra en términos de la Inundación Global o Diluvio Universal que se describe en Génesis 6-9:17. El Diluvio Universal, ha desempeñado un papel dominante en el desarrollo temprano de las ciencias de la geología y la paleontología, empujándolas y deteniéndolas al mismo tiempo, incluso después de que la cronología bíblica había sido rechazada por los geólogos a favor de la evidencia de una Tierra antigua.
En la actualidad, la «geología de la inundación», es un término que
se toma como sinónimo de creacionismo de la tierra joven o ciencia de la
creación.
Los partidarios del creacionismo creen que la Biblia, que es el conjunto
de libros canónicos de las religiones judeocristianas, es única,
inerrante, infalible, verdadera, santa y mantienen que sus pasajes son
históricamente exactos. El creacionismo y la geología de Inundación
están en obvia contradicción con el consenso científico en la geología y
la paleontología, siendo considerada una Pseudociencia.
La Creación y el Diluvio en la Historia de las Ciencias:
La Hipótesis del Diluvio, proponía -y aún propone- que las especies extinguidas habían sido víctimas del Diluvio Universal. La aceptación de la idea, en los siglos XVII a XIX, fue impulsada por la peculiaridad geológica en el norte de Europa, donde la mayor parte está cubierta por capas de arcilla y grava, así como bloques erráticos depositados a cientos de kilómetros de sus fuentes originales. Los primeros geólogos interpretaron estas características, como resultado de las masivas inundaciones.
El diluvio universal se asocia con trastornos geográficos masivos,
con hundimiento continentes viejos y nuevos continentes en aumento, por
lo tanto la transformación de los fondos marinos antiguos en cimas de
las montañas. Pero se puede observar que las rocas contienen no sólo una
-como sería de esperar-, sino muchos estratos de seres extinguidos
diferentes, y ello significaba que una única inundación global no podía
haber sido responsable de su desaparición.
Un mundo de gigantes y pecadores:
Los Fósiles, que son, los restos de animales y plantas que se han
conservado en las rocas, han sido un gran dilema para los pensadores en
tiempos pretéritos.
Entre los filósofos de la antigüedad, Jenófanes de Colofón (580-466
a.C.) encontró conchas marinas en las montañas, de Siracusa y Malta, y
otras improntas de vegetales continentales en la isla de Paros, y las
atribuyó a invasiones periódicas del mar durante las cuales habían
perecido el hombre y los demás animales. Aristóteles de Estagira
(384-322 a.C.), sostuvo un sistema geocéntrico del Universo, creía que
los terremotos eran causados por vientos en el interior de la Tierra, y
que, éstos eran “generados” por las lluvias que caían en la tierra
calentada; sistematizó plantas y animales, y, propuso el origen
espontáneo de peces e insectos a partir del rocío, la humedad y el sudor
(generación espontánea); consideró, a los fósiles, como simples
curiosidades o juegos de la Naturaleza (ludus naturae).
Otras menciones aparecen en los relatos de Heródoto de Halicarnaso
(484-425) y en las obras de Empédocles de Agrigento (h.495/490 –
h.435/430). Heródoto, en las “nueve musas”, se refiere, a que los
sacerdotes egipcios creían que todo el valle del Nilo hasta Etiopía,
había estado en tiempos pasados, cubierto por las aguas del
Mediterráneo, como lo atestiguan las conchas encontradas en las montañas
adyacentes y cerca del Oasis de Amón. .
En las obras de poetas e historiadores clásicos, se hacen diferentes referencias, que se pueden atribuir, a los fósiles:
Siglo I: Publio Ovidio Nasón (43 a.E.C-17 d.E.C.), poeta romano, describió en su Metamorphoseon (8 d.E.C.), escribe que las tierras han surgido del fondo del mar, y que los mares han invadido la tierra firme, aduciendo el haber encontrado conchas marinas, tierra adentro, lejos del mar; Estrabón (64 a.E.C-24 d.E.C.) en su Geographica, relata como Janto pretendía que la tierra había estado cubierta por el mar, por haber encontrado conchas en sitios muy lejanos del mar, y también, hace referencia a la creencia, de que los «Nummulites», eran “lentejas petrificadas”, restos de la comida de los obreros que construyeron las Pirámides de Egipto, arguyendo, que no es posible, debido a que, también en Grecia existe una colina de “piedrecitas” análogas en la Anatolia septentrional; Plinio el Viejo (23-79) y Mestrio Plutarco (46-120), escriben sobre huesos de gigantes;
Siglo II: Pausanias de Lidia, en su “Periégesis tes Hellados” (180 d.E.C.) nos cuenta que, en el Santuario de Asclepio en Megalópolis (Arcadia), existían unos huesos, demasiado grandes para ser de humanos, y que pertenecían a unos gigantes que, con Hoplamado, lucharon contra Crono a favor de Rea. Gayo Suetonio Tranquilo (70-126), relata en la «Vida de los doce Césares» que el Emperador Augusto, tenía decorada su villa de Capri con huesos de gigantes;
Siglo III: Lucio Flavio Filóstrato (170-250) y Cayo Julio Solino (siglo III) en su Collectanea rerum memorabilium (258), se pueden encontrar también referencias al hallazgo de grandes huesos que se consideraban de gigantes.
En relación con esto, la idea de que los fósiles eran los restos de
organismos que fueron muertos y enterrados durante la gran inundación
comenzó a ser creída por muchos cristianos, cómo los Padres de la
Iglesia, Tertuliano de Cartago (160-220) en su tratado teológico “De
Pallio”, San Juan Crisóstomo (347-407) y San Agustín de Hipona
(345-430), que se refirió en hallazgo de una muela gigante en Útica como
prueba de la mayor corpulencia de los hombres en el pasado. Paulo
Orosio (c.383-c.420), sacerdote, historiador y teólogo hispanoromano, en
su “Historiarum Adversus Paganos” (416-417) también hace referencia al
Diluvio, al igual que, Isidoro de Sevilla (560-636) en sus
“Etimologías”.
En el Siglo X,
el médico árabe Avicena (980-1037), trató de relacionar la “generatio
aequivoca” de Aristóteles con las petrificaciones naturales, y atribuyó
su origen al “fango primitivo”, un movimiento innato de la Naturaleza
capaz de producir lo orgánico a partir de lo inorgánico, pero al cual,
le faltaban fuerzas para darles vida, a la que denominó “vis plastica”.
Para, Alberto Magno (1206-1280), los fósiles eran los restos de animales
acuáticos que se habían transformado en piedras debido a las
exhalaciones de una “fuerza mineralizante” o de un “poder petrificante”.
Este último, si bien, pone en duda la existencia del Diluvio, no lo
niega.
En la Edad Medi, Francesco Stabili -Cecco D’Ascoli- (1269-1327),
poeta, médico, maestro, astrólogo/astrónomo y filósofo, en su poema
L’Acerba nos habla de la influencia de los Astros en el origen de las
plantas fosilizadas. Ristoro D’Arezzo en la “Composizione del Mondo”
(ca. 1280) señalaba las conchas marinas que se encontraban en las cimas
de algunas montañas como pruebas del Diluvio.
Leonardo da Vinci de Florencia (1452-1519), pintor del Renacimiento, quién aceptó las ideas de Giovanni Boccaccio (1313-1375), expuestas en su romance Filocco (1336-1338), de que las conchillas de Florencia indicaban que el mar había cubierto el Continente. En el transcurso de sus trabajos de ingeniería había examinado muchas excavaciones en “Rocas Fosilíferas”, y, dedujo que los fósiles descubiertos en las colinas del norte de Italia, eran restos de organismos marinos que vivieron durante la formación de las rocas en que se encontraban, por lo que razonó, que el mar había cubierto en algún tiempo esa región, siendo, uno de los primeros autores en referir a los fósiles como restos de organismos del pasado.
En el Siglo XVI, Georgius Agrícola -Georg Pawer- (1494-1555), alquimista, químico y mineralogista alemán, usó el término “fossilia” para designar tanto a los minerales como a los organismos petrificados.
La creencia de que los fósiles eran restos de animales abandonados por las aguas fue, también, una idea de Alessandro Alessandri (1461-1523), y fue adoptada por Fabio Colonna (1565-1647).
En el Siglo XVII, Robert Plot (1640-1696), profesor de química en la Universidad de Oxford y primer conservador del “Ashmolean Museum of Art and Archaeology”, creía que los fósiles eran el resultado de una facultad de la Tierra para producirlos con un fin ornamental.
Robert Hooke (1635-1703), científico holandés y director de experimentación de la Royal Society de Londres, descubrió la verdadera naturaleza de los fósiles y su significado en la historia de la tierra. Carl von Linné (1707-1778), restringió el término “fossilia”, a los organismos petrificados.
Pero, el médico y naturalista suizo, Johann Jakob Scheuchzer (1672-1773), conocido por su interpretación de los fósiles como vestigios del Diluvio Universal, en 1726, describió un fósil procedente de las canteras de Öhningen (distrito de Constanza, Alemania) identificándolo como “Homo diluvii testis” (del latín «hombre testigo del Diluvio»), creyendo que se trataba de restos de un hombre que pereció ahogado durante el Diluvio Universal, y, haciendo uso de datos bíblicos intentó calcular la edad del supuesto testigo del diluvio, obteniendo el año 2306 a. de C. Georges Cuvier (1769-1832), se dirigió personalmente de París a Haarlem, estudió los restos entre 1811-1825 y reconoció que pertenecían a una salamandra y no eran humanos. El ejemplar medía cerca de 1 m de longitud, carecía de cola y extremidades pero, a pedido de Cuvier, se limpió parte de la roca que albergaba el fósil, apareciendo las dos extremidades anteriores que él había predicho.
Buffon (1707-1788), en su obra “Époques de la Nature” (1778), puso en
duda que los fósiles fuesen restos de los animales abandonados por las
aguas del Diluvio Universal.
El “Padre de la Paleontología de los Invertebrados”,
Jean-Baptiste-Pierre-Antoine de Monet de Lamarck (1744-1829),
naturalista francés, en su Recherches sur l’organisation des corps
vivants de 1802 acuñó el término “Biología”, y fue uno de los primeros
evolucionistas, ya que, creía que existía una continuidad temporal entre
las especies y que unas derivaban de otras anteriores a través de
modificaciones, originadas, por el uso y desuso de sus órganos.
En la obra del naturalista inglés, Charles Robert Darwin (1809–1882), “On the Origin of Species by Means of Natural Selection, or the Preservation of Favoured Races in the Struggle for Life” (1859), una de las pruebas en favor de la evolución de los seres vivos, fue la existencia de fósiles, los que podían reconocerse como antecesores de la fauna actual, y otros, que servían de paso o transición morfológica (“formas de transición”). En 1862, es anunciado en primer espécimen completo de Archaeopteryx, de la caliza de Solnhofen (Alemania), con características de Reptil y de Ave, convirtiéndose en una de las tantas pruebas que confirmaron la evolución biológica.
Una creación sin fecha:
Sexto Julio Africano (160-240), en su “Chronographiai”, comparaba y contraponía acontecimientos bíblicos y profanos, por orden cronológico, desde el momento de la creación del mundo (c. 5500 a.C. según sus cálculos) hasta la época de Heliogábalo (221), según la cual, Cristo nació en la mitad del sexto y último milenio de la Historia Universal. De acuerdo con este, Hipólito de Roma (217-235) compuso su “Chronica” mundial, desde la creación del mundo hasta el año 235 -año en que Maximino el Tracio es el primer extranjero en ser nombrado Emperador Romano-, concluyendo que faltaban 300 años para el fin del mundo. El Padre de la Iglesia Eusebio de Cesarea (275-339), en su “Chronicon” que se extiende hasta el año 325 –con Constantino I como Emperador- afirmaba que la creación ocurrió 5.199 años antes del nacimiento de Cristo. San Agustín de Hipona (345-430), en su De” ciuitate Dei” –escrito con motivo del saqueo de Roma en el 410 por los godos de Alarico- decía que el mundo tenía menos de 6.000 años. El Venerable Beda (672/73-735), monje benedictino de Nortumbria, en su “De temporum ratione”, indicaba el 3952 a. de C. como año de la creación. Juan Calvino (1509-1564) en su “Institutio Christianae Religionis” (1536), coincidía con la edad del mundo dada por San Agustín.
El obispo anglicano de Armagh James Ussher (1581-1656), en sus
“Annales Veteri Testamenti” (1650), basándose en información contenida
en el Antiguo Testamento, indicaba como fecha de la creación divina en
el atardecer anterior al domingo 23 de Octubre de 4004 del calendario
Juliano. John Lightfoot (1602-1675), publicó una cronología similar en
1642–1644, que data la creación en 3929 a.C, al igual que Joseph Justus
Scaliger (1540-1609), que estableció la creación en el 3949 a. C., en
concordancia con las ideas de Jose ben Halafta (135-170 E.C.) en el 3761
a.C.
René Déscartes (1596-1650), matemático francés, propuso la hipótesis de
que una masa incandescente, similar al Sol, se enfrió para formar la
Tierra, cuya corteza encierra un Núcleo que está aún caliente.
Por el siglo XVIII se pensaba ya que la vida útil de la Tierra
era mucho más larga que el sugerido por la lectura literal de la Biblia.
El astrónomo, Edmund Halley (1656-1742), entre los años 1687-1694
estudió la evaporación y la salinidad del agua de los lagos, y en 1715,
pensó en la posibilidad de hacer una estimación de la edad de la Tierra
por medio del cálculo de la velocidad de sedimentación y al aumento de
la concentración de sal en los mares, suponiendo que la deposición de
todos los ríos terrestres había sido constante a lo largo del tiempo,
obteniendo una edad de 90.000.000-350.000.000 de años.
Benoîst de Maillet (1656-1738), diplomático y naturalista francés, en su obra Telliamed (1748), calculó que el ritmo de bajada de las aguas era de unas 3 pulgadas por siglo, a partir de regiones que antes estaban inundadas y ahora se localizan sobre el nivel del mar; Extrapolando esto a la altura de las montañas calculó que la Tierra debía de tener unos 2.400.000.000 de años y que estuvo totalmente cubierta de agua hace unos 2.000.000.000 de años.
El naturalista francés, Georges Louis Leclerc, conde de Buffon (1707-1788), en su “Introducción a la historia de los minerales” (1774), calculó la edad de la Tierra en al menos 180.000 años. Creyó que la abundancia de fósiles era evidencia de que la Tierra estuvo completamente cubierta por un océano, el que, fue absorbido por ella cuando se fragmentó la corteza, además, dividió la historia de la Tierra en 6 épocas.
Para Georges Cuvier(1769-1832), y sus seguidores, la edad de la Tierra rondaba entre los 6.000 a 70.000 años de antigüedad. Además, Cuvier, por correlación confeccionó dibujos de vertebrados a partir de los fragmentos de huesos, estableciendo, que las formas fósiles están relacionadas con las actuales, y, sugirió que podían ser utilizados para establecer la edad de los estratos.
Un diluvio que “hace agua”
La realidad del Diluvio, fue puesta en duda por Leonardo da Vinci en sus “Libros de Notas” (1475), considerando que las conchas fósiles se encuentran, con frecuencia apareadas en períodos de crecimiento, y la violencia de las aguas del mismo las hubiese separado y deshecho en pedazos. Considerando, además, que en las rocas de Lombardía, a 400 Kms del mar, se encuentran caparazones de tortugas, por lo que se preguntaba, ¿cómo habrían podido estos animales, recorrer todos esos kilómetros en los 40 días del Diluvio?.
El naturalista francés Isaac de la Peyrére (1594-1676) puso en duda en carácter universal del Diluvio considerándolo un fenómeno local, y la idea de que Adán fue el primer hombre, ya que hay pueblos como el Chino que son anteriores al Hebreo; lo que le valió el destierro y la retractación pública ante el Papa Alejandro VII.
En el siglo XVII, Sir Francis Bacon primer Baron Verulam,
Vizconde de St Albans (1561-1626), observa las correspondencias entre
los contornos de África y América del Sur (“Novum Organum”, 1620).
François Placet en 1658 interpretó que las líneas de costa de los
continentes de América-Europa encajaban, prueba de que los continentes
estuvieron unidos algún día, siendo separados por el Diluvio Universal.
El abogado y juez inglés, Sir Matthew Hale (1609-1676), en su libro “The
Primitive Origination of Mankind, Considered and Examined According to
the Light of Nature” (1677), revindicó el relato del Génesis mediante
este razonamiento: si la humanidad crece generación, no hay más que
invertir el proceso para percatarse de que en una sucesión regresiva de
generaciones, han existido menos y menos hombres, hasta encontrarse con
una sola pareja (Adán y Eva) en la primera generación, recurriendo a una
razón de orden superior, la Creación Divina; razonamiento extensible a
las especies animales, y la única conclusión sería que el mundo fue
repoblado a partir de las parejas salvadas por Noé.
El teólogo inglés, Thomas Burnet (1635-1715), en su libro “Telluris Theoría Sacra, or Sacred Theory of the Earth” de 1681, plantea una cosmogonía especulativa, en el que sugirió una Tierra, sin océanos ni montañas, hueca con la mayor parte del agua en su interior, antes del Diluvio Universal, hasta que montañas y océanos aparecieron en el tiempo del diluvio de Noé, calculando que no había suficiente cantidad de agua en la superficie de la Tierra, para dar cuenta de la inundación. Burnet, manifestó la necesidad moral de un Diluvio Universal que lavara el mundo después de la mancha del pecado original, ya que, con la maldad del hombre en el paraíso, el Sol abrió una gran grieta en la corteza, que Jehová utilizó para provocar el Diluvio, y la superficie actual, es lo que quedó cuando la riada amainó.
Durante la Ilustración o Siglo de las Luces (Siglo XVIII), muchas obras significativas fueron compiladas para ofrecer las causas naturales de los milagros narrados en la Biblia. Explicaciones naturalistas de un diluvio global se han propuesto en obras como “An Essay toward a Natural History of the Earth and Terrestrial Bodies, especially minerals, &c.” (1695) de John Woodward (1665-1728), que sostuvo que las conchillas fósiles tienen la misma estructura que las vivientes, y “A New Theory of the Earth “(1696) por el estudiante William Whiston Woodward (1667-1752), trataron de establecer una armonía del relato bíblico de la creación y el diluvio con los datos de la física y la geología.
Johann Gottlob Lehmann (1719-1767), que fue un mineralogista y geólogo alemán, en 1767, sugirió que en el corazón de las montañas se encontraban los indicios más antiguos en las rocas, en masas, y desprovistas de fósiles, suponiendo que las mismas databan del tiempo de la Creación del mundo. Estas eran las “montañas primarias”, y en sus laderas se veían las capas horizontales de rocas fosilíferas, calizas y areniscas, eran “montañas secundarias», que consistía en “Flotzgebirge” -capas planas de roca formadas por sedimentos de origen hídrico-, las que formaban la llanura de Turingia, que se habían depositado evidentemente por la acción de las aguas, por lo que sugirió que la arena y los lodos de que estaban compuestos habían sido arrastradas, de las montañas primarias, por las aguas del Diluvio, llevadas a las depresiones del terreno, extendidas allí en lechos que posteriormente se endurecieron y que se convirtieron en piedra al retirarse las aguas.
Georg Christian Füchsel (1722-1773), geólogo alemán, pionero en el desarrollo de la estratigrafía, fue uno de los primeros en hacer mediciones registradas en las secciones de roca estratificada e hizo el primer mapa geológico de Alemania. Demostró que muchas de las capas de rocas se caracterizaban por especies típicas de fósiles, comprobando así, que capas son iguales o distintas en relación a sus fósiles, estudió el proceso actual de formación de las rocas y lo aplicó a las rocas antiguas. En su obra maestra, empleo la palabra “stratum”, para designar un lecho o capa de roca de areniscas, calizas y otras rocas análogas.
Abraham Gottlob Werner (1749-1817), profesor de la Escuela de Minas de Freiberg en Sajonia, es el fundador del “Neptunismo”, que atribuía el origen de las rocas en soluciones acuosas y a la cristalización de minerales en los océanos, en un periodo temprano de la Tierra tras la Creación de la misma.
El “Padre de la Geología Volcánica”, Nicolás Desmaret (1725-1815), geólogo francés, fue el primero que promovió la teoría de que el basalto era un producto del vulcanismo, y creó una clasificación de las rocas volcánicas de acuerdo con su edad y grado de alteración. Demostró que los basaltos columnares, se presentaban asociados íntimamente a rocas volcánicas; siguió un basalto columnar hasta su origen en un volcán, y dedujo, que los basaltos eran de origen volcánico, y no, como pensaban los neptunistas, precipitados químicos de un océano primitivo.
El discípulo de Werner, Leopold von Buch (1774-1853), geólogo y paleontólogo alemán, conocido por su definición científica del “Sistema Jurásico”. En la región de Oslo vio que el granito, que era las más primitiva de las rocas formadas por precipitación en el océano primitivo, antes del origen de la vida –en el sistema neptunista-, se presentaba allí como de época posterior a la de ciertas calizas fosilíferas, no demasiado antiguas, y por lo tanto, se veía que el granito había atravesado la caliza y se había introducido por fisuras y fracturas, viéndose forzado a admitir que el granito no podía ser un precipitado químico, sino el resultado de la cristalización de sustancia rocosa en “estado de fusión”.
El “Padre de la Paleontología de los Vertebrados”, Georges Léopold Chrétien Frédéric Dagobert barón de Cuvier (1769-1832), propuso la hipótesis del “Catastrofismo”, sugiriendo que el mundo habría pasado por una serie de creaciones, a cada una de las cuales le habría seguido un acontecimiento de destrucción global, gigantescas catástrofes aisladas de relativa corta duración, que habría acabado con la mayor parte de los habitantes de la Tierra.
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