jueves, 14 de abril de 2022

Llevar al Vaticano a la justicia

                               Llevar al Vaticano a la justicia


© Sam Harris
Traducido por Anahí Seri

Confieso que, como crítico de la religión, no he prestado suficiente atención al escándalo de los abusos sexuales en la Iglesia Católica. A decir verdad, siempre me ha parecido poco deportivo apuntar a un blanco tan fácil. Este escándalo ha sido uno de los más espectaculares «goles en contra» en la historia de la religión, y no parecía que hubiese necesidad de mofarse de la fe en un momento en que ésta se encontraba tan vulnerable y humillada. Incluso retrospectivamente, es fácil comprender el impulso de apartar la vista: imagínese el lector a una madre y un padre beatos que envían a su queridísimo hijo a la Iglesia de las Miles Manos para que reciba instrucción espiritual, y se encuentran con que a éste lo violan y lo aterrorizan con amenazas del infierno para que mantenga el silencio. Y luego imagínese que esto les ocurre a decenas de miles de niños de nuestra época, y a innumerables niños a lo largo de mil años. Que el espectáculo de la fe se haya traicionado de un modo tan atroz es sencillamente demasiado deprimente para pensarlo.


Pero siempre ha habido más aspectos de este fenómeno que deberían haberme llamado la atención. Pensemos en la ridícula ideología que lo hizo posible: la Iglesia Católica se ha pasado dos milenios demonizando la sexualidad humana hasta unos niveles inigualados por ninguna otra institución, convirtiendo en tabú los comportamientos más básicos, sanos, maduros, consensuados. De hecho, esta organización se sigue oponiendo al empleo de métodos anticonceptivos, y prefiere que las personas más pobres de la Tierra se vean bendecidas con las familias más grandes y las vidas más cortas. Como consecuencia de esta estupidez santificada e incorregible, la Iglesia ha condenado a generaciones de personas decentes a la vergüenza y la hipocresía, o bien a la fecundidad neolítica, pobreza, y muerte de sida. Añádase a este trato inhumano el artificio del celibato de clausura, y ya tenemos a una institución, una de las más ricas de la Tierra, que atrae con preferencia a pederastas, pedófilos y sádicos sexuales, los promueve hasta posiciones de autoridad y les concede un acceso privilegiado a los niños. Por último, consideremos que un enorme número de niños nacerán fuera del matrimonio, y sus madres solteras serán vilipendiadas allí donde dominan las enseñanzas de la Iglesia, gracias a lo cual miles de niños y niñas se entregan a orfelinatos de la Iglesia donde el clero los viola y aterroriza. Aquí, en esta maquinaria fantasmagórica, puesta en movimiento, a lo largo de los siglos, por los vientos de la vergüenza y el sadismo, nosotros los mortales podemos vislumbrar, al fin, la extraña perfección de los caminos del Señor.


En 2009, la Comisión para Investigar el Abuso Infantil (CICA, por sus siglas en inglés), en Irlanda, investigó los sucesos de este tipo ocurridos en territorio irlandés. El informe es de 2.600 páginas. He leído tan sólo una pequeña fracción del documento, y puedo decir que cuando reflexiono sobre el abuso infantil por parte de los clérigos, es mejor no imaginar las sombras de la antigua Atenas y las lisonjas de un «amor que no se atreve a decir su nombre». Sí, sin duda ha habido pederastas caballerosos entre los sacerdotes, de aquellos que expresaban un afecto angustiado por chicos que iban a cumplir 18 años al día siguiente. Pero estas indiscreciones ocultan un continuo de abusos que llegan hasta una profunda maldad. El escándalo de la Iglesia Católica (bien podríamos decir, ahora, el escándalo que es la Iglesia Católica) incluye la violación y tortura sistemática de niños huérfanos y discapacitados. Las víctimas declaran haber sido azotadas con cinturones y sodomizadas hasta sangrar, a veces por varias personas, y luego se las volvía a azotar y se las amenazaba con la muerte y las torturas del infierno si decían algo sobre los abusos. Y sí, a muchos de los niños que estaban lo suficientemente desesperados y tuvieron la valentía de informar de estos crímenes, se les acusó de mentir y se los devolvió a sus torturadores para que los siguieran violando y torturando.


Las pruebas sugieren que la desgracia de estos niños se vio facilitada y ocultada por la jerarquía de la Iglesia Católica a todos los niveles, llegando hasta el nivel de la corteza pre frontal del actual Papa. En su anterior capacidad como Cardenal Ratzinger, el Papa Benedicto supervisaba personalmente la repuesta del Vaticano a los informes sobre abusos sexuales en la Iglesia. ¿Qué hizo este hombre sabio y compasivo cuando se enteró de que sus empleados estaban violando a niños por miles? ¿Avisó inmediatamente a la policía, asegurando que se evitaría que siguieran torturando a las víctimas? Uno aún puede imaginar que se podría haber producido tal destello de cordura humana elemental, incluso dentro de la Iglesia. Sin embargo, se ignoraron quejas repetidas y cada vez más desesperadas referidas a abusos; se presionó a los testigos para que callaran; se alabó a los obispos que desafiaban a las autoridades laicas; y los sacerdotes delincuentes fueron trasladados, para que pudieran destrozar vidas frescas en parroquias donde no se sospechaba de ellos. No es exagerado afirmar que durante décadas (si no siglos) el Vaticano se ha ajustado a la definición formal de organización criminal, dedicada no al juego, la prostitución, las drogas u otro pecado venial, sino a la esclavización sexual de niños.
Considérense los siguientes fragmentos del informe de la CICA:

7.129 En relación con una escuela, cuatro testigos hicieron declaraciones detalladas de abusos sexuales, incluyendo violación en todos los casos, por parte de dos hermanos, y en una ocasión junto con un residente de más edad. Un testigo de la segunda escuela, de la cual había varios informes, describió cómo fue violado por tres hermanos: «me llevaron a la enfermería . . . me sostuvieron encima de la cama, eran animales . . . Me penetraron, yo sangraba». Otra víctima declaró que dos hermanos abusaban de él dos veces a la semana, determinados días, en los váteres junto al dormitorio:

«Un hermano vigilaba mientras el otro abusaba de mí . . . (sexualmente) . . . luego se turnaban. Todas las veces acababa con fuertes azotes. Cuando se lo dije a un sacerdote durante la confesión, me llamó mentiroso. Nunca volví a hablar de ello.
«Yo tenía que ir a la habitación del . . . (hermano X) siempre que él quería. Te pegaban si no ibas, y me hacía que lo . . . (masturbara). Una noche no . . . (lo masturbé) . . . y había otro hermano que me sujetó y me golpearon con un palo y me rompieron los dedos . . . muestra una cicatriz».

. . .

7.232 Los testigos declararon que pasaban mucho miedo por las noches cuando oían gritar a los residentes en los aseos, en los dormitorios o en las habitaciones de los empleados, cuando abusaban de ellos. Los testigos eran conscientes de que los otros residentes a quienes describían como huérfanos los pasaban especialmente mal:

«Los niños huérfanos sufrían mucho. Yo sabía . . . (quiénes eran) . . por su talla, les preguntaba y ellos decían que venían de . . . nombra la institución . . . Estaban allí desde muy niños. Se oían los gritos desde la habitación cuando el hermano . . X. . . abusaba de ellos.
Recuerdo una noche, yo no llevaba mucho tiempo y vi a uno de los hermanos en la cama con uno de los chicos jóvenes . . . y oí al muchacho gritando, llorando y el hermano . . X . . me dijo “si no te ocupas de lo tuyo, te pasará lo mismo”. . . .Oí a niños gritando, y sabes que están abusando de ellos, es una pesadilla para cualquier persona. Intentas huir. . . Yo tenía claro que eso a mí no me iba a ocurrir. Recuerdo a un niño que sangraba por detrás y yo decidí que de ninguna manera me iba a ocurrir a mí eso . . (violación anal) . . . Esas son las cosas que se me pasaban por la cabeza».

Estos son los tipos de abusos que la Iglesia ha practicado y ocultado desde tiempos inmemoriales. Incluso el informe de la CICA se resistió a nombrar a los sacerdotes que habían cometido los delitos debido a presiones del Vaticano. Se siguen ocultando estas atrocidades.
Lo que me ha sacado de mi irresponsable letargo en relación con estos asuntos son unos recientes informes de prensa y especialmente la elocuencia de mis colegas Christopher Hitchens y Richard Dawkins. Ambos han iniciado un esfuerzo público para que el Papa responda por la complicidad de la Iglesia en estos crímenes. Quiero aprovechar la ocasión para anunciar que Project Reason (Proyecto Razón), la fundación que mi esposa y yo hemos puesto en marcha para extender el pensamiento científico y los valores laicos, se ha unido a Hitchens y Dawkins (que forman parte de nuestro comité asesor) en el esfuerzo de acabar con la inmunidad diplomática que, según el Vaticano, protege al Papa de cualquier responsabilidad. Agradeceríamos mucho que nos apoyaran en esta causa.

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