El Ser Imaginario - Capítulo 10 (El Placebo Mental y las Pruebas de Insensatez)
"¿Qué es más probable: que la Naturaleza salga de su curso o que un hombre cuente una mentira? En nuestros tiempos, nunca hemos visto que la Naturaleza se salga de su curso. Pero tenemos buenas razones para creer que se han dicho millones de mentiras en el mismo tiempo. En consecuencia, la probabilidad de que el comunicante de un milagro diga una mentira es, al menos, de unos millones a una.”
Thomas Paine, filósofo y político estadounidense de origen inglés. (1737 – 1809)
Placebo – (Conjunto de efectos que se sienten por sugestión habiendo tomado una substancia carente de efectos reales.)
Cuando analizamos la conducta del ser humano, son varios los factores que podemos identificar como influyentes en ella. Tanto lo físico como lo psicológico, determinan la conducta del hombre. Todas las patologías tienen un origen, no existe efecto sin causa, incluso en el plano mental. Quienes sostienen la existencia de seres invisibles, evidentemente interpretan la realidad de una manera fantástica.
Todas nuestras emociones: los pensamientos, las ansiedades, los temores y las alegrías; así como una amplia gama de sensaciones ambiguas como el amor, el odio y los celos; tienen origen en nuestro cerebro. El proceso por el cual, podemos sentir desde ira hasta felicidad, tiene que ver con respuestas de nuestro cerebro, a señales provenientes de diferentes partes del organismo. En pocas palabras, el cerebro es nuestro centro de procesamiento.
¿De qué manera conocemos nuestro entorno? ¿Cómo nos interiorizamos de lo que sucede a nuestro alrededor?
Siendo criaturas autorreferentes, todo lo que conocemos es producto, tanto de la experiencia, como de las imágenes mentales que hemos construido de lo desconocido. Ahora bien; ¿qué sucede con aquello que no podemos percibir? ¿Cómo puede cualquier objeto no evidenciable abandonar el plano mental y extrapolarse como parte de la realidad? Evidentemente, no puede hacerlo; pero las religiones proponen eso precisamente. (1)
La religión, no es más que el sistema mediante el cual los hombres proyectan la ilusión de un Ser invisible; interpretándolo como algo tangible, aceptable y comprensible, gracias a parámetros sociales que permiten su asimilación. Es de hecho muy común, oír testimonios de sanaciones físicas y psicológicas, ninguna evidenciable, pero todas atribuidas a un Ser inmaterial denominado Dios.
Proyección Obsesiva del Ser Imaginado:
Definir el ánimo de hipotéticos seres sobrenaturales, así como sostener que éstos actúan en función de nosotros, son modos de transformar al Ser imaginado, en un placebo mental. Es equivalente, a cuando una persona utiliza un objeto y le atribuye cualidades sobrenaturales, es decir, un amuleto.
Es así precisamente como Dios funciona en las mentes de las personas; él no existe, pero suponerlo real, hace las veces de muleta imaginaria para quienes son incapaces de efectivizar el análisis al respecto de la relación entre posibles entidades no evidenciables y los sucesos cotidianos.
El mito, impone una visión distorsionada de la realidad. Todo argumento basado en ellos, sólo puede significar una absoluta ausencia de comprensión de los procesos naturales o una negación de la realidad tangible. Aquellas afirmaciones que se sostienen indistintamente de su posibilidad de demostración, son, de hecho, postulados contrarios a la razón.
Es necesario diferenciar en este punto, a quienes practican una creencia, que, aunque insostenible desde la razón, no remite a un trastorno de orden patológico, y aquellos individuos cuyas creencias exacerbadas son el resultado de un delirio psicopático. En Psiquiatría, esta diferenciación es necesaria para implicar que la práctica de la creencia se ha tornado patológica.
Los delirios, suceden normalmente en un contexto neurológico, aunque no suelen estar vinculados a ninguna enfermedad en particular, o bien, pueden ser moneda totalmente corriente, como podemos apreciar en el accionar de sujetos altamente influenciados por el dogmatismo; cuyo sentido de la realidad ha sido severamente afectado. En tales individuos, la creencia pasa a ser la base fundamental de su estructura cognitiva; lo que provoca que el entendimiento de la realidad, no sea posible sino a través de estos delirios.
- Siento a Jesús hablándome cuando oro.
- Siento al Espíritu Santo en mi conciencia.
- Siento al espíritu de Napoleón a mi lado cuando conduzco.
¿Cuál sería la diferencia entre estas alucinaciones? Evidentemente ninguna; todas presentan un elemento en común: un personaje de fantasía es el protagonista. Asumir la presencia de sujetos intangibles, careciendo de evidencias que respalden lo afirmado, equivale a sufrir de alucinaciones.
El delirio religioso, parte de la sobrevaloración de una concepción mística; de la adopción de una manera de entender el mundo que no puede ser cuestionada o neutralizada en momento alguno. Por lo tanto, el sujeto implica su interpretación mágica e incongruente a cualquier suceso, tenga o no relación con religiosidad. El delirio, no es sino el resultado del pensamiento religioso fundamentalista. Es la sublimación de un pensamiento rígido, ajeno a la comprensión de la realidad, totalmente contrario a la razón y al sentido común; es el modo en que el hombre interpreta el mundo desde una posición de fundamentalismo intelectual, negando toda forma de revisión o crítica de sus ideas.
Quien padece un delirio religioso, rara vez interpreta la realidad de manera objetiva, y atribuye la gran mayoría de las situaciones cotidianas a designios sobrenaturales, generalmente a supuestos seres malignos y dañinos. Es por eso, que el creyente delirante es tan permeable de atribuir intenciones, comportamientos y acciones a quienes no comparten su visión dogmática del mundo. Sin llegar a ser una patología, el dogmatismo extremo se caracteriza por fuertes matices obsesivos, por la abstracción del contexto real y por circunscribir la interpretación del individuo, a una basada en explicaciones de naturaleza puramente mística e insostenibles desde la razón.
Orígenes de la Divinización:
El hombre, desprovisto y vulnerable, privado de todo bienestar; no puede sino anhelar el consuelo, reconfortarse en la idea de la divinidad y esperar que ésta le ampare de los males implícitos en la existencia. Si no existieran los padecimientos, si la vida sólo constara de disfrutes y el hombre no fuera susceptible a la desdicha; entonces la humanidad jamás hubiera imaginado aquello que la experiencia le demuestra inexistente. Los orígenes de toda divinización son la necesidad, el dolor y las incertidumbres.
Los objetos divinizados, se fundamentan siempre en el desconocimiento, ya que éste funciona como la motivación primera para imaginar soluciones sobrenaturales. Debemos entender sin embargo, que no es posible explicar proceso alguno, presumiendo que la explicación está implícita en el objeto explicativo. El hombre se equivoca al suponer que el objeto divinizado satisface necesidad alguna, ya que éste sólo cumple con la condición de “divino”, desde la concepción de quien le atribuye dicha cualidad, es decir, en la mente de quien lo concibe.
El supersticioso, utiliza presunciones como explicación para aquello que desconoce. El desconocimiento, es su punto de partida para la elaboración de explicaciones basadas en concepciones falaces e inconsistentes. También utiliza al objeto divinizado –Dios- como una manera de evitar el desgaste intelectual; sin él, sería necesario indagar y obtener una explicación basada en evidencias, pero ello implicaría un proceso de naturaleza intelectual, que no está dispuesto a realizar, dada su esencia conformista.
El conocimiento, se adquiere a través de un proceso del cual, la duda, es el primer eslabón. Pero ésta, es de hecho irrelevante en el pensamiento religioso, y es en este tipo de pensamiento -mágico y supersticioso- que el creyente basa su comprensión del mundo. Entonces, ¿Cómo podría cualquier creyente dudar? Y más aún; ¿Qué motivación podría tener para hacerlo, si las respuestas se presentan sin necesidad de cuestionamiento alguno? En pocas palabras, si el amuleto -Dios- brinda todas las respuestas, no es necesario indagar.
El contexto cultural y la formación del individuo, lo hacen más o menos propenso a la utilización de amuletos u objetos de adoración. La educación, es un factor determinante en la incorporación o rechazo de tales sistemas de pensamiento. Alguien formado en un ámbito supersticioso, será más propenso a sostener mitos de toda clase, objetos de adoración y depender de los hipotéticos designios de seres puramente imaginarios.
¿Cuál es el origen de la necesidad de amuletos? ¿Cómo podemos entender su incorporación? Para comprender este proceso, debemos analizar el sistema que permite determinar algunos comportamientos en las etapas tempranas de nuestro desarrollo. Este proceso, denominado impronta, es de corta duración en los animales, pero se prolonga por años en el ser humano, ya que el mismo se encuentra indefenso por más tiempo hasta alcanzar un estado de autosuficiencia. Es también la base de la incorporación de métodos de supervivencia y desarrollo, tanto cognitivos como motrices.
En el año 1935, el científico austriaco Konrad Lorenz, describió el proceso de impronta -originalmente llamando “periodo crítico”- definiendo los tiempos que demoran los seres en la Naturaleza para definir su conducta, basados en la observación de sus hipotéticos padres. De esta forma, cualquier objeto que se relacione con ellos en las etapas tempranas de su desarrollo, será tomado como el padre potencial, fuese o no de la misma especie. Se denomina ventana, al periodo durante el cual el animal registra su entorno y asimila la información vital para su subsistencia. Cuando ésta se cierra, ya no será posible cambiar la información o influirlo de manera alguna. Sólo durante el lapso de interiorización, la mente permanece permeable para ser moldeada y programada.
Los comportamientos adoptados por medio del proceso de impronta, a diferencia de aquellos innatos que requieren un mínimo de experiencia previa; son en realidad una suerte de identificación con un tercero, quien sentará las bases o servirá de plataforma para definir el aprendizaje.
Si bien, los organismos simples presentan comportamientos estereotipados, o no denotan una racionalidad evidente en el actuar, y aquellos más complejos desarrollan comportamientos basados en la experiencia, de todas formas, ambos están asociados en sus etapas iniciales a la adopción de sistemas de funcionamiento o aprendizaje por imitación. El ser humano, de hecho, no es la excepción; es incluso uno de los seres más condicionados al aprendizaje por imitación, dada su prolongada etapa de vulnerabilidad desde el nacimiento.
El ser humano, al igual que todas las criaturas, experimenta en sus primeros años de vida, periodos en los cuales, la mente, es una página en blanco, y se torna vulnerable a los estímulos del exterior; mismos que definirán las principales pautas para su futuro desarrollo. (2)
Las conductas asimiladas por medio de procesos no razonados, dan como resultado la aceptación de dichas conductas con escasa o nula posibilidad de futuro cuestionamiento. Entonces, toda idea inculcada durante la etapa más moldeable de la mente, será tomada como una pauta objetiva, no será cuestionada ni analizada por su contenido; ya que la misma sólo es entendible desde los parámetros que se poseen hasta el momento.
Es evidente que no somos literales en nuestro entendimiento del mundo, las cosas se nos revelan a través del aprendizaje y la experiencia, y esto es algo que proporcionará, a todo lo aprendido en las etapas tempranas nuestro desarrollo intelectual, el estatus de parámetro de subsistencia y anulará el cuestionamiento sobre la validez de dicho parámetro. Ahora bien, si sumamos a esto el adoctrinamiento religioso, factor que define el afianzamiento de las creencias en el individuo, y entendemos que no hay manera en que una mente infante se sobreponga a lo inculcado, salvo a través de un cuestionamiento condicionado de igual modo por el entorno; tendremos ante nosotros el fundamento de la incorporación no razonada de estructuras de pensamiento y comportamiento.
Existen algunos comportamientos incluso, que por sus características ceremoniales, no pueden sino provenir del condicionamiento y la imitación; tal es el caso de la oración.
La Oración:
“La falta de oración demuestra falta de fe, y falta de confianza en la Palabra de Dios. Oramos para demostrar nuestra fe en Dios, que él hará conforme a lo que ha prometido en su palabra, y bendecirá nuestras vidas abundantemente, más de lo que pudiéramos esperar.” Efesios 3:20
La oración, es el acto de “comunicarse” con Dios, ya sea para ofrecer pleitesía, para realizar una petición, o simplemente para expresar emociones personales. En el sentido más literal, se trata de un acto que contradice la omnisciencia usualmente atribuida a Dios, ya que, si se trata de una entidad cuya naturaleza le permite conocerlo todo, y la finalidad de la oración es transmitir un mensaje; ¿cuál sería el sentido de hacer llegar nuestras vicisitudes a quién, de hecho, ya está al tanto?
La oración, puede también ser interpretada como una paradoja moral, ya que favorecer a quienes claman por ayuda, y no a la totalidad de quienes sufren, implicaría sólo compadecerse de quienes ofrezcan su idolatría; algo que, en términos humanos, se supondría producto de un ego desmedido. Por otro lado, un dios de amor, uno que anhela el bienestar de su “creación”; ¿no debería actuar en consecuencia del bien de todas las criaturas sin pretender adoración alguna? Es de hecho contradictorio, que un dios definido como omnibenevolente, permanezca impasible a los padecimientos de la humanidad, siendo que la única herramienta para impulsar su intervención, es un acto de idolatría y sumisión. La oración, es una de las tantas formas de manipulación que las religiones utilizan para reforzar la idea de un Ser omnipresente y sobrehumano.
La imitación, tiene mucho que ver con la manera en que el individuo actúa con respecto a las creencias religiosas, ya que todo lo referente a ellas es inculcado. Esto también significa, que tales comportamientos, poco tienen que ver con sentimientos genuinos, y mucho con actitudes estereotipadas. En el caso de la oración, hablamos de un rito estructurado, de modo que el individuo lo lleve a cabo como un ejercicio, como un acto cuyo patrón es ineludible dentro de un contexto ceremonial. Incluso algunos gestos físicos, característicos de la postura durante la oración, nos recuerdan lo insignificantes y culpables que debemos sentirnos en el momento de comunicarnos con Dios. Golpes en el pecho, acompañados por la afirmación de ser culpables por nuestra imperfección, posturas incómodas por periodos prolongados, e incluso actos de flagelación en los rituales de oración del Opus Dei. Todos estos gestos y posturas, no son más que un símbolo de sumisión, y, a fin de cuentas, una manera de abandonar la dignidad, frente al absurdo de rendir pleitesía a lo inexistente; una de las tantas características de un sistema basado en la credulidad de sus fieles.
Pruebas de Fe (apología del conformismo):
Cuando hablamos de pruebas de fe, nos referimos a sucesos de naturaleza puramente subjetiva. De hecho, corresponde al mismo creyente interpretar cuándo su fe está siendo puesta a prueba. Esto es así, ya que la experiencia en su totalidad, sucede en la mente del sujeto, por lo tanto, es allí donde se establecen las relaciones entre las hipotéticas fuerzas sobrenaturales que actuarían sobre él, y las vivencias que pudiesen considerarse obra de tales fuerzas.
Cualquier experiencia atribuida a seres de nula verificabilidad y carentes de sustento lógico, no puede ser sino el producto de una interpretación errada y escasamente racional, ya que no existe motivo para pensar que estas percepciones de la mente, han de ser causadas por objetos o seres externos a ella.
El concepto de la prueba de fe, es el siguiente: Nada es mérito del individuo, todo sucede por voluntad de Dios, por lo tanto, sólo por medio de la fe es posible beneficiarse del fruto de su accionar.
¿Y cuáles son las características de una prueba de fe?
Incorporar seres imaginarios a situaciones de índole cotidiano, atribuyéndoles hechos fortuitos a dichas entidades, son las más usuales y evidentes maneras de exteriorizar una visión fundamentada en el pensamiento mágico y el desconocimiento. Podemos también entender este proceso, como la sublimación del conformismo autoimpuesto; dado que si reemplazamos al dios en cuestión por los mecanismos reales que actúan en la mente del creyente, vemos que todo el proceso se resume a su incapacidad de comprender el mundo a través de la razón.
La cualidad del hombre digno es su autonomía, esto permite que sólo él pueda gobernarse a sí mismo. El creyente, al adoptar estos sistemas de pensamiento, pone en jaque dicha cualidad, y se supedita a vivir bajo el yugo de la ignorancia, esclavizado a su deseo de comprender el mundo, ya no desde un punto de vista racional, sino desde las concepciones que su propio desconocimiento le permite entender.
El inconveniente de atribuir el resultado de situaciones fortuitas a entidades cuya existencia sólo podemos suponer, reside en que la misma ausencia de evidencias que nos impide verificar su existencia, torna más improbable aún que tal intervención sobre nuestro destino pueda ser sostenida. En este proceso no razonado y propio del pensamiento mágico, se basa la idea de los milagros.
Milagros:
¿Cuántos milagros se han registrado en la historia de la humanidad? Hasta la fecha, cero.
Jamás ha sucedido que alguien recupere una pierna o un brazo, o que un fallecido recobre la vida. Por más fe que el creyente pretenda tener, estas cosas simplemente no suceden.
Los milagros son una falacia, una relación establecida erróneamente entre causa y efecto. Por otro lado, de pretenderlos ciertos, sería inútil atribuírselos a seres sobrenaturales, ya que de éstos nada se sabe; y no tendríamos manera de probar que son los causantes de tales sucesos.
Hoy día, tanto evangélicos como católicos, utilizan el argumento de los milagros como excusa para justificar concentraciones masivas. Podemos encontrar ejemplos de ello, en la afluencia de gente, desde todas partes del mundo, hacia la gruta de Lourdes, en Francia, o el incesante desfile de pastores evangélicos, que dicen sanar afecciones varias en nombre de Dios, previo pago de considerables sumas.
De todas formas, por más fe que haya de por medio, jamás seremos testigos de milagro alguno, ya que Dios, así como cualquier criatura sobrenatural concebible; son sólo imágenes mentales perpetuadas por la ignorancia de las masas adoctrinadas.
Tal como marionetas del aire, los así llamados creyentes, viven, actúan y mueren por los designios de un Ser que jamás vieron ni verán. Esto se manifiesta en el valor que el creyente otorga al supuesto poder divino, o en su incapacidad para analizar tales procesos por medio de la razón; dando por sentado que dicho poder es la manifestación de Dios. Por lo tanto, jamás intentaran comprenderlo, cuestionarlo, o tan siquiera reconocer los patrones que podrían explicar la injerencia de factores físicos, como explicación de sucesos usualmente interpretados como sobrenaturales.
¿Qué es un milagro? Técnicamente, un milagro es un suceso que es sólo explicable a través de la intervención divina y no posee interpretación científica razonable; lo que nos lleva a la pregunta obligada; ¿Cómo podemos identificar una intervención divina?
Para que un suceso pueda ser identificado como milagroso, debemos poder verificar la intervención de algún ente sobrenatural. Y esto es, de hecho, imposible; dado que no existen medios de corroboración ni medición de la existencia de seres sobrenaturales, por lo tanto, tampoco podríamos atribuirles intervención alguna en los asuntos humanos.
Es muy común, que los fieles atribuyan todo tipo de accionar milagroso a santos y dioses por igual. El hecho de establecer una relación entre el hipotético accionar divino y los resultados esperados, está más relacionado con una manera falaz de interpretar la realidad, que con la existencia de alguna circunstancia milagrosa.
Relacionar un suceso con la situación inmediatamente anterior al mismo, se denomina “afirmación de consecuencia” o “falacia Ad Hoc”, y su estructura es la siguiente:
Se trata de vincular dos sucesos o afirmaciones por el hecho de suceder una a posteriori de la otra. Es decir, si A sucedió antes que B, erróneamente supongo que A causó B; ejemplo:
“Oré y mi madre se mejoró, entonces la oración sanó a mi madre.” No hay vínculo comprobado entre ambos sucesos, pero erróneamente se los relaciona como causante uno del otro.
Un milagro, no es más que una sucesión de hechos con mínima o ninguna relación entre ellos, pero erróneamente relacionados sin tener en cuenta la amplia gama de posibilidades que pudieron provocar ese resultado. Tenemos entonces, que la interpretación mágica o supersticiosa, se vale de una falacia lógica para llegar a una conclusión infundada, hipotética e irracional. De todas formas, deberíamos también analizar el resultado de dichos milagros, y verificar qué tan verídicos son de acuerdo a parámetros científicos; cosa que, a fin de cuentas, jamás se ha hecho.
La visión del creyente, está avocada a la interpretación desde lo místico; no hay en él intención alguna de entendimiento racionalista o ánimo de indagar sobre las posibles causas naturales del supuesto milagro. Tampoco especulará sobre la posibilidad de no haber deseado dicho resultado; como consecuencia de lo cual, el suceso sería producto de un proceso distinto, o bien, podría no haber sucedido jamás.
El milagro, en el pensar del creyente, sólo se concibe por motivos que escapan al intelecto humano y se clasifica como un suceso producto del accionar de Dios o cualquiera de los cientos de santos que el imaginario católico nos ha legado.
Debemos tener en cuenta, que cuando hablamos de Dios o santos, implicando su injerencia sobre nosotros; estamos hablando de acciones de una naturaleza no verificable, y, por lo tanto, posibles de ser presentadas de manera conveniente a los fines de quienes manipulan a las masas. Todo hecho significativo, desde hipotéticos milagros, hasta los dilemas morales más complejos, han sido clasificados como misterio de Dios. Esto es, en pocas palabras; la ausencia de una respuesta razonable.
La ausencia de explicación para determinado suceso, tampoco debería ser tomada como obra de ente sobrenatural alguno, ya que existe una inmensa lista de fenómenos médicos y científicos que aún escapan a nuestro conocimiento, y, por lo tanto, son aún inexplicables.
Existen algunos hechos que resultan inexplicables por las leyes naturales -al menos hasta el día de hoy- La forma en que el creyente da interpretación a estos hechos, depende de la creencia o del pensamiento místico; la razón o la lógica, quedan literalmente excluidas de dicha interpretación. Por tanto, la explicación no define al hecho en sí, sino a la necesidad del creyente de interpretar el mundo de manera sobrehumana e indefinible desde nuestro entendimiento.
El concepto de “excepción”, que comúnmente se entiende como milagro, es decir: la salvación de uno, o unos pocos, gracias al accionar deliberado de un hipotético Ser divino, es, de hecho, una contradicción:
Supongamos que un avión con 300 pasajeros se estrellase y sólo una persona saliera con vida de la colisión. ¿Estaríamos en presencia de un milagro? ¿Es lógico suponer que la muerte de 299 personas, es un dato menor en comparación con la supervivencia de tan sólo una? Si pensáramos que si, estaríamos siendo ilógicos, ya que la verdadera magnitud de la catástrofe, es lógicamente cuantificada por la cantidad de víctimas, y no por los casuales sobrevivientes.
Por otro lado, esto equivale a entender que un Ser divino, al cual se le atribuye permitir que el único sobreviviente saliera ileso, ha decidido que la vida de los otros 299 no era valiosa, o bien, ha sobrestimado la vida del único afortunado en pos de alguna misión que sólo él conoce. Dado lo cual, estaríamos apelando nuevamente al misterio de Dios, es decir: la explicación que evade la responsabilidad de la explicación…
1. Para Aristóteles, el conocimiento se basaba en tres pilares: la sensibilidad, la memoria y la imaginación. He aquí que no se pueda, según él, deducir lo no tangible, ya que la experiencia delimita las posibilidades de entendimiento al respecto del objeto.
2. Según Aristóteles, mediante la acción de los sentidos captamos la realidad de una sustancia, y mediante la imaginación, elaboramos una imagen sensible, es decir, una imagen que contiene los elementos materiales y sensibles de la sustancia, pero también los formales. Es sobre esta imagen que actúa el entendimiento, separando en ella, lo que hay de material de lo formal. El entendimiento, no puede entrar en contacto directamente con la forma. Cuando el hombre nace, no dispone de ningún contenido mental, por lo que el entendimiento no tiene nada hacia lo que dirigirse: es a través de la experiencia como se va nutriendo el entendimiento de sus objetos de conocimiento, a través de un proceso en el que intervienen la sensibilidad, la memoria y la imaginación.
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